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Casillas no necesita camiseta

Estaban tras la valla metálica, buscando un regalo del viajero o intentando encontrar una mirada para sonreír con vergüenza. Pero en un momento desaparecieron al grito de un señor de barba blanca y gorra azul. Con la llamada del entrenador, pelota hecha de calcetines y trapos en la mano, los niños de Kayes, el pueblo de Mali donde terminaba aquel día la etapa del Dakar, se ponían en fila y comenzaban a correr. Poco después comenzaba el partido, todos ellos con camiseta azul del Real Madrid, regalo de unos turistas españoles que habían jurado volver para regalar felicidad a los que no tienen nada.

Pero no tenían portero. A los veinte minutos apareció un niño repleto de arañazos y con un par de chichones. Temimos una paliza de sus padres, pero la realidad era más benévola que la imaginación. Kalid se fue a su sitio y empezó a tirarse al suelo, al aire... contra los nacientes baobabs que hacían de portería. Y su cuerpo, sin camiseta, se teñía de sangre, se volvía a cubrir de heridas. Pero el muchacho se levantaba y gritaba a sus compañeros. Con rabia. Había llegado tarde porque venía de pescar en el río Senegal y vender su tesoro. A los turistas se les olvidó la zamarra del portero. Él, muy digno, dijo al terminar el partido: "No pasa nada, Casillas no necesita camiseta".