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Una guerra por el reparto de beneficios

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Ya lo comentaba hace unos días y ahora parece que la teoría se va afianzando. El cisma entre la FIA y los equipos de Fórmula 1 tiene un origen mucho más profundo que el límite presupuestario que se les quiere imponer de forma inmediata, ya para 2010. Esta disputa ha sido el detonante de las hostilidades, pero el problema es bastante más complejo... o mucho más simple, según se mire: el dinero. La ecuación es sencilla. Los constructores y las escuderías son plenamente conscientes de que la época de bonanza tardará en regresar a los grandes premios; las empresas automovilísticas no están en disposición de derrochar recursos (como casi nadie) y la fuga de patrocinadores es un goteo constante de magnitud impredecible. Es decir, habrá menos dinero para competir... siempre que Bernie Ecclestone no accede a hacerles partícipes en mayor medida de los beneficios que genera el negocio.

Ha sido Carlos Ghosn, el presidente de Renault, el que ha hablado más claro del asunto, el encargado de abrir la caja de los truenos. Su planteamiento es contundente: la tierra, para quien la trabaja. El dinero de la F-1 debe revertir en una proporción mucho mayor en sus protagonistas, entre otras cosas porque el jefazo de la marca del rombo considera que "los intermediarios ya se han enriquecido bastante". Es cierto, porque Ecclestone no es uno de los hombre más ricos de Gran Bretaña por casualidad, lleva un cuarto de siglo haciéndose de oro a costa de las carreras de coches (y de su habilidad y astucia, desde luego). Pero el escenario ha cambiado radicalmente. Con las vacas gordas todo vale, pero ahora que pintan bastos, las escuderías y sus socios de las marcas abogan por cambios radicales en el orden establecido. Por eso creo que, independientemente de lo que ocurra hoy con el cierre de la inscripción para la próxima temporada, la Fórmula 1 se dispone a afrontar una nueva era.