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Dioses y demonios en el Tíbet

C aminamos a ritmo cadencioso mientras rodeamos el Potala, el palacio desde el que los Dalai Lama ejercían la autoridad terrena y espiritual sobre el Tíbet. La muchedumbre de peregrinos rodea el palacio a buen paso y me recuerda varias cosas que a veces olvido cuando me encuentro en Europa. Por un lado lo duro que resulta aclimatarse a esta tierra tan dura, pues aquí en Lhasa, la capital del Tíbet, nos encontramos a una altitud cercana a la cima del Teide, la montaña más alta de España. Por otro, la influencia decisiva que la religión tiene en este país que ha sido llamado el Techo del Mundo o el País de los Lamas. Venimos a tratar de escalar una montaña de 7.200 metros en el Tíbet, uno de esos sitios donde aún puede encontrarse rincones desconocidos y estar solo en un campo base, lejos de las aglomeraciones de los ochomiles.

E n las calles de Lhasa se respira normalidad, tras los duros enfrentamientos de hace un año, pero la presencia militar y policial es abrumadora. Sorprende que los tibetanos sigan ofreciendo resistencia cincuenta años más tarde de la presencia militar china. Es cierto que el Tíbet de hoy ofrece una faz muy diferente a la que tenía en 1950, cuando seguía manteniendo una estructura casi feudal y teocrática. Ahora hay carreteras, escuelas, hospitales; tiene aeropuerto y aquí empieza o termina el tren más alto del mundo que une Pekín y Lhasa. Como en toda China, en el Tíbet también han llegado los tiempos globalizadores, el crecimiento económico y cierta prosperidad, aunque, a decir verdad, la mayoría de los comercios, los negocios y los asuntos importantes, incluido el gobierno, están en manos de los miembros de la etnia Han. El duro altiplano, por encima de los 4.500 metros, sigue siendo el terreno de los nómadas. Allí reinan dioses y demonios, los peregrinos rodean las montañas sagradas, y las banderas de oración restallan sus oraciones en todas direcciones. Hay quien ha explicado la religión de este pueblo como producto de la adaptación al lugar más duro e inclemente de la Tierra. Aquí muchas montañas de cinco y seis mil metros ni siquiera tienen nombre, a las otras se las ha relacionado con la divinidad pues parece natural pensar que en esas cimas que rozan las nubes estuviera el Trono de los Dioses o el refugio de la Diosa Madre del mundo. Sin lugar a dudas la modernidad, la economía y el poder están en manos de los chinos. La cultura china, con casi 4.000 años de antigüedad, es mucho más refinada que la tibetana y el pensamiento de los seguidores de Confucio es más racionalista, y por tanto más cercano al nuestro, mientras que el de los tibetanos es más supersticioso y anclado a las tradiciones. Pero ellos siguen rezando porque vuelva al Potala el Dalai Lama.

Sebastián Álvaro es creador de Al Filo de lo Imposible.