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No fue un domingo cualquiera

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Reconozco que tengo una memoria de mosquito. Cuando debo recordar un dato, rememorar el desenlace de una carrera o recuperar el palmarés de un piloto, prefiero consultarlo en las fuentes necesarias antes de arriesgarme a meter la pata. Mi 'disco duro' no debe tener demasiada capacidad, supongo que por eso sólo algunos acontecimientos muy señalados dejan huella indeleble en mi cerebro. Y uno de ellos, sin duda alguna, fue la muerte de Ayrton Senna aquel funesto domingo, el primero de mayo de 1994. Me pongo a pensar en ello en días como hoy, en el decimoquinto aniversario de su desaparición, y parece que estoy volviendo a vivir las mismas sensaciones que tuve aquel domingo. Y la primera que me viene a la mente es la de la incredulidad, no podía llegar a creerme que aquello estuviera pasando, todo debía ser una pesadilla de la que pronto despertaríamos... pero no fue así.

Y ya que estamos de confidencias, allá va otra: nunca he sido demasiado mitómano. Admiro a muchos deportistas, sobre todo a muchos pilotos, pero no suelo sentir la devoción que otros aficionados profesan a sus ídolos. Pero en eso Senna también es una excepción significativa para mí. Me ha parecido, me parece y me parecerá el piloto más grande que ha dado la historia de la Fórmula 1, por encima de cualquier otro y con diferencia sustancial. No por palmarés, desde luego, pero su talento y su carisma me parecían sencillamente extraordinarios. Por eso lamenté tanto su muerte. Al margen de la tragedia evidente de la perdida de una vida joven, todos nos quedamos sin descubrir hasta dónde hubiera podido llegar el brasileño. Puede que haya quien piense que su terrible muerte engrandece su leyenda, pero a mí, sencillamente, me pareció una faena de proporciones mayúsculas. Nunca te olvidaremos, 'Magic'...