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Casillas disparó el ataque de fe

Casi setenta y ocho ligas después, el Barça ha adquirido el convencimiento de que el Madrid vino al mundo con una perseverancia sobrenatural que se les negó a los demás. Donde no alcanza su fútbol llega su fe. Y eso tiene un efecto perverso sobre el eterno rival. El Madrid persigue y persigue esperando que el Barça le coja pánico al retrovisor. Y el Barça nunca ve al enemigo lo suficientemente lejos, diga lo que diga la clasificación, y esa obsesión le confunde y le pierde. Le pasó hace dos años. Le ha pasado siempre. Y el Madrid lo sabe y lo explota. Parte de su historia reposa sobre un clavo ardiendo.

En esas estamos ahora. Un Madrid inferior, con peores futbolistas, con un terremoto en el palco cuyas réplicas electorales aún le hacen temblar, ante el mejor Barça que se recuerda. Y aún así hay Liga. De ese irreductible espíritu del Madrid es depositario Casillas. No hay episodio heroico relativo al equipo en los últimos años en el que no haya participado él. Desde aquel pie en el que tropezó Berbatov y que valió una Copa de Europa a nuestros días. Ayer estuvo a punto de sacarle a Soldado un cabezazo a quemarropa. Nada pudo hacer luego ante el zurdazo de Albín. Y entonces llegó el penalti. Lo lanzaba Casquero, un pegador, una sugerencia para elegir un palo en el que esperar el cañonazo. Pero aguantó y cazó al imitador de Panenka. Sobre la imprudencia del Getafe ordenó la carga final Casillas. El Barça sigue con los ojos clavados en el inquietante retrovisor.