Disfrutar de la intimidad con la roca
Marx y Engels no sentían por él lo que se dice aprecio debido a su ideología anarquista, que él consideraba "la más alta expresión del orden". Jules Verne, con quien compartió editor, tenía en sus obras fuentes inagotables de consulta. Darwin, entre otros notables de toda Europa, firmó para que no fuese deportado a perpetuidad por haber participado en la Comuna de París. Fue autor de El Hombre y la Tierra y los 19 tomos de la enciclopedia Nueva Geografía Universal. Viajó por todo el mundo, trató de fundar una comuna libertaria en hispanoamérica y dictó clases de geografía en prestigiosas universidades, además de escribir tratados sobre geografía humana y económica que se consideran entre los mejor elaborados de la historia.
El protagonista de tan rica y agitada biografía se llamaba Elisée Reclús. Además de eminente geógrafo y activista político, Elisée fue también un apasionado montañero. Así lo demuestra su libro Historia de una montaña que acaba de editar en nuestro país Olañeta, y que, en opinión de mi amigo el profe Martínez de Pisón, tiene un don superior de genialidad, de calidad de espíritu y de experiencia directa sobre lo que supone adentrarse en el universo de las montañas. Desde luego, Reclús es todo un personaje que siempre entendió la geografía como una experiencia personal, íntima, producto de haber medido la tierra con los pies y la mirada incansablemente curiosa de quien es capaz de indagar en lo más pequeño. Escribió en su fantástica Historia de un arroyo que "la historia del infinito está escrita en una gota de agua" en la inmensa diversidad de nuestro hogar en el universo. Elisée nació en una familia de catorce hermanos en la que varios fueron destacados científicos, un etnólogo, un afamado cirujano, un experto en África, uno de los padres del proyecto del canal de Panamá... Siendo estudiante en Berlín, se fue caminando con su hermano Elías, a quien recogió en Estrasburgo, hasta su casa en Orthez, en el suroeste francés.
Su turbulenta vida política, con participaciones activas contra el golpe de Napoleón III o el apoyo a la Comuna de París, fue un excelente acicate para su vida viajera. Además de viajero y montañero fue un trabajador incansable que aprovechaba cualquier momento para escribir: cuando el tren se detenía, en salas de espera o en rincones de tabernas, sobre lo que más amaba, el rostro arrugado y fascinante de la Tierra que glosó en Historia de una montaña, uno de cuyos pensamientos bien podría algún madridista tomarlo como lenitivo para estos momentos de tribulación que nos golpean (hasta cuatro veces nada menos): "Veo surgir nuevamente ante mis ojos el amado perfil de los montes, vuelvo a entrar con el pensamiento en las umbrosas cañadas, y durante algunos instantes puedo disfrutar apaciblemente de la intimidad con la roca, el insecto y el tallo de hierba."