Muerte de un guía en el Aconcagua
Varios programas de televisión han emitido, sin el más mínimo pudor, las imágenes del fallido rescate de un andinista en el Aconcagua. Ha coincidido en el tiempo con otro momento cumbre de la vorágine de impudor e inmoralidad que nos arrasa desde la televisión, en el que, en contra de cualquier código deontológico periodístico, se ha entrevistado a una niña de 14 años preguntándole sobre la relación que mantiene con el presunto asesino de la muchacha sevillana. Sé que son cosas diferentes, pero les encuentro un nexo común: la falta de medida a la caza de una audiencia que, inexorablemente, se está yendo a otros sitios. Supongo que a mis compañeros de redacción les pasa lo mismo que a mí cada vez que me enfrento a noticias como ésta: me avergüenzo de ser periodista. Desde luego que, en este caso, una imagen no vale más que mil palabras. Porque en ellas no se puede percibir lo que supone caminar a 7.000 metros de altitud, en plena tormenta y tratando de arrastrar a un compañero que apenas tiene fuerzas para respirar. El otro día en El Larguero, cuando José Ramón entrevistó a un periodista argentino y luego al padre del fallecido, uno informó y otro dio su opinión, evidentemente parcial pero interesante por los datos que proporcionó. Y, aunque hay cosas que no entiendo, porque me falta visión global de todo lo que sucedió desde que comenzó el drama del guía que había subido a la cumbre llevando a un grupo de montañeros italianos, parece bastante claro que el grupo de rescate pecó de improvisación.
Si, como se afirma desde Argentina, no llevaban camilla ni un termo. Tampoco entiendo por qué deciden subir otra vez a la cumbre. Quiero suponer que el lugar por el que debían bajar estaría impracticable o peligroso por la tormenta; porque la otra razón, que fuera algo más empinado, disponiendo de buen material y gente cualificada les hubiera hecho perder altura más rápido. Por último, tampoco se entiende que no llevaran tienda de campaña para refugiarse con el guía accidentado y haber tratado allí de aguantar y recuperarle. Suena todo a improvisado y mal ejecutado. Estoy seguro de que los grupos de rescate que tenemos en España lo hubieran llevado a cabo de una manera más eficiente. Seguramente en los próximos días conoceremos todos los detalles. De momento, no me parece correcto que la justicia argentina haya decidido, a instancias de una denuncia del padre, "judicializar" un rescate que promete ser polémico. Hace años hubo una película muy popular en Francia que se llamaba precisamente La muerte de un guía, en la que un guía se sacrificaba y cortaba la cuerda, cayendo al vacío, por salvar a su cliente. Pecaré de ingenuo, pero sigo creyendo en los periodistas que se comportan como tales y defienden los valores que hicieron de esta profesión uno de los pilares de la democracia, y en los guías que piensan más en la vida de los clientes que en el negocio, y en los socorristas que saben hacer su trabajo y se quedan con el accidentado.