Iba para Marlon Brando y quería ser Carlos Monzón
Iba para Marlon Brando, como él había acudido al Actor's Studio de Nueva York, pero en el fondo de su alma soñaba con ser un campeón de boxeo como su ídolo Carlos Monzón. Mickey Rourke siempre fue un tipo duro, antisistema, criado en un gueto de Miami entre droga y pobreza. Aprendió a boxear con 12 años en un gimnasio histórico de Miami, el mismo al que también acudiría Muhammad Ali. Fue sparring de un extraordinario peleador cubano, Luis Manuel Rodríguez, que tropezó en su asalto al título mundial con el inigualable Nino Benvenuti. Mickey se alejó del boxeo para entrar en el cine. Y triunfó. Se convirtió en una estrella de Hollywood, rodó con los mejores directores películas como Ley de la Calle o Nueve semanas y media, que le elevó a la categoría de sex-symbol y tras la que Kim Basinger, su compañera de reparto, le catalogó de "cenicero humano".
Fue cuando decidió tirar su carrera de actor por la borda y exponerse a que le destrozaran su cara de galán. Lo consiguió. Mickey se hizo boxeador profesional y recuperó su apodo: El Marielito. Era 1991. Yo le vi boxear en diciembre de 1992 en Oviedo en una gala que montó Tele 5. Participaron estrellas como Grace Jones y Samantha Fox. En primera silla de ring, Poli con su novia. La pelea estelar la disputó un campeón de verdad: Castillejo. Mickey Rourke, calzón de Versace, botas blancas y guantes rojos, hizo un tongo escandaloso ante un tal Jerry Jessmer. Después montó un numerito en una discoteca, porque Rourke ya estaba en la rueda del alcohol y las drogas. Y en ella siguió durante bastantes años. Disputó ocho peleas hasta que le quitaron la licencia por problemas neurológicos. Volvió al cine con la cara deshecha tras cuatro operaciones quirúrgicas para reconstruirsela. Ahora se ha interpretado a sí mismo en El Luchador. Y está magnífico. No le han dado el Oscar por muy poco, pero ha demostrado que está más cerca de Marlon Brando que de Carlos Monzón.