El niño se convierte en leyenda

El niño se convierte en leyenda

Recuerdo cuando Valentino Rossi llegó al Mundial, en 1996. Mis colegas italianos decían que el chaval era buenísimo y... ¡vaya si tenían razón! Era un jovencito descarado y rapidísimo, con una melenilla a lo mosquetero que incluso le hacía más cara de niño. Su talento no tardó en explotar, pero en aquellas primeras temporadas de Valentino en los grandes premios seguramente nadie se hubiera atrevido a pronosticar la magnitud de su trayectoria, para muchos ya la más importante en la historia del motociclismo.

Pero Rossi aporta al deporte que le apasiona mucho más que victorias, títulos y récords. Su existencia es un soplo de aire fresco en un deporte a menudo encorsetado, constreñido por la propia presión de la competición y lejano del romanticismo que muchos (incluido yo mismo en su última época) conocieron en este campeonato. Su desparpajo, espontaneidad, sinceridad e imaginación le han dado al motociclismo una dimensión desconocida y seguramente irrepetible, quizá tan valiosa o más que sus propios éxitos. El niño ya no lo es, porque se ha convertido en leyenda.