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El enorme gesto de un grande

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El deporte es, en esencia, egoísta. El deportista quiere saborear la gloria y eso implica muchas veces la destrucción y negación del contrario. Cuanto más, mejor. Las leyendas, por lo general, se construyen en base a rivalidades que huelen a pólvora: Borg-McEnroe, Karpov-Kasparov, Ali-Frazier, Coe-Ovett... O el más reciente Alonso-Hamilton. Ninguno sería el mismo sin el otro, sin embargo cada uno está a un lado del espejo. Nunca en el mismo plano.

Pero Nadal está en el mismo lado del espejo que Federer. Se miran y se reconocen iguales: gigantes camino de sueños imposibles, campeones en educación, guardianes de valores clásicos. Porque de otro modo no se entenderían las lágrimas del suizo. Con 27 años, con 13 títulos de Grand Slam y con más dinero de lo imaginable, se derrumbó al ver los dedos de Nadal rozando el trofeo en Melbourne. Su ambición sigue viva. A falta de más candidatos (ojo este año a Contador, por ejemplo, que ya tiene la Triple Corona), sin duda lo merece. Y Federer vendría a recogerlo, no como Lance Armstrong.