Mi ángel de la guardia no descansa
No sé ustedes, pero yo no le he dado descanso ni el día de Nochebuena. Me refiero al ángel de la guarda. Si el pobre se pensaba que por encontrarme yo en Madrid iba a tener menos trabajo, muy pronto le he sacado de la equivocación. Ese día, yendo a trabajar como siempre, tuve un accidente de tráfico que me hizo dar con mis huesos en el asfalto y arrastrarme junto a mi compañera de tantas jornadas. Mi motocicleta me había acompañado durante once años, hiciese frío o calor, lloviese o cayese sobre nosotros el plomizo calor de esta ciudad. Pero era la única que hacía soportable el caos de Madrid. Su último servicio fue protegerme de que alguien me atropellase, pues caí en el carril de aceleración de la autopista y si no se hubiese interpuesto entre los demás coches y un servidor es muy probable que ahora no pudiera estar escribiendo esta columna. Es paradójico, y quizás señalado por el destino, que hubiera elegido como tema (para este día que cierra un ciclo y un año, al tiempo que comienza otro) las múltiples injusticias que se producen con los motoristas en nuestro país.
En síntesis, les quería contar que no se cumplen las promesas de colocar los nuevos guardarraíles, que tantas vidas ahorrarían, mientras se persigue y se culpabiliza a los más débiles. Que las estadísticas esconden una realidad de cajón: pagamos por nuestros errores y los de los demás. De nada sirve que nos manifestemos pidiendo seguridad, pues de remate, a partir del próximo año, las motos pagarán el doble que los coches, a igualdad de emisiones de CO2, algo que va en contra del desarrollo de la movilidad en las grandes ciudades y de la industria de la motocicleta. Pero he preferido hablarles hoy de forma más optimista y de otra gente, la que trabaja todos los días, e incluso más en estas fiestas.
Son gente como el bombero que fue el primero en parar y en preocuparse por mi estado o como los municipales que en menos de cinco minutos habían retirado la moto y habían restablecido el tráfico, o como la ambulancia del SAMUR, que en menos de diez minutos me estaba atendiendo amable y eficazmente. La vida que he elegido me ha llevado a conocer de cerca el peligro y a mirar, más veces de lo que hubiera querido, a los ojos implacables de la muerte. Por muy duro que nos resulte todos pasaremos, al menos una vez, por ello. Pero con gente así todo es muchísimo más fácil. Son los mismos que nos ayudan todos los días y únicamente salen en las portadas cuando hay grandes catástrofes y atentados, dando una lección de solidaridad, eficiencia y valentía. Esa gente nos enseña lo que cuesta vivir de pie, mantener la dignidad y la libertad y una sociedad solidaria. No sé sus nombres pero fueron mis ángeles de la guarda. Los que nunca descansan. Es lo que hace noble pagar impuestos. Feliz año 2009 para todos.