Se percibe demasiada euforia en el Atlético
Hacía mucho tiempo, demasiado, que no teníamos un equipo de tanta calidad. También hay que remontarse muchos años atrás para ver al equipo disputando de forma muy competitiva tres competiciones, una de ellas el máximo torneo continental. Todo eso cierto, pero percibo que se está desatando la euforia y la efervescente euforia siempre es mala consejera. Aún no hemos ganado nada. Atravesamos una buena racha, si, pero poco más. En la Liga todavía no estamos ni entre los cuatro primeros y tanto la Champions como la Copa del Rey son una lotería. El sorteo nos ha deparado un rival asequible en la Champions, el Oporto, pero no les quiero decir nada de nuestro rival de Copa, el fulgurante Barça de Guardiola. Ahora, en una eliminatoria a doble partido, cualquier cosa puede pasar. Y particularmente veo a este equipo, evidentemente explosivo, más capaz de brillar en este tipo de letales competiciones donde no se perdona y en eso, somos especialistas. En cualquier caso, veo al equipo corto aún para tantas exigencias.
La defensa no termina de dar la seguridad que requiere un equipo con tantos frentes abiertos. Tampoco el centro del campo convence, porque el equipo normalmente cede esa parcela de juego al rival, no crea juego y con esa dejación de sus propias funciones, hipoteca el inmenso potencial que tenemos arriba. Insisto, con una defensa más trabajada y un jugador que ponga el criterio y la autoridad que falta en la línea medular, este Atlético estaría capacitado para cualquier cosa. A pesar de todo, mérito tiene, estar donde estamos, con muchas dosis de ilusión generadas a pulso gracias a una de las delanteras más explosivas que hay en el panorama mundial. De momento, toca ganar al Espanyol para acabar el año con todos los objetivos cumplidos. Luego ya veremos. De cara al partido de esta noche, eso sí, me da cada vez más garantías la disposición de Javier Aguirre a repetir once, salvo la baja de Ujfalusi. Ese es el camino de hacer, por fin, un bloque y de empezar a saber a que jugamos. Una virtud de la que, todavía, adolecemos.