Sensatez en el trámite marsellés
Juega el Aleti un partido de esos que se recuerdan mucho después por lo raro. Viajar en el día de un país a otro como viajó el sábado el Huesca a Zaragoza, ir acompañado de aficionado ninguno, saber que el contrario no disputa un partido sino una reyerta y que la grada aplaudirá más una suela que un buen pase, un hachazo que una vaselina. Pape Diouf inflamó lo que sus hinchas habían prendido y luego Platini avivó. Ante una puesta en escena semejante, sólo la tranquilidad de un entrenador calmo e inteligente podría atemperar la estúpida rabia con la que atizan a los jugadores del Marsella. No parece su técnico el más inclinado a pedir paz, no se puede esperar eso de Gerets cuando el belga ha repetido por todos lados que en la grada del Calderón sus hinchas fueron palomas blancas con ramas de olivo en el pico, y con una rotundidad en esa defensa absurda que hace pensar dos cosas: que dirige los partidos desde donde se ponen los ultras y que para renovar depende de lo bien que le haga el coro a Diouf.
Situado el escenario, nos toca bailar en él y hacerlo a nuestro son: estamos clasificados, todo lo que podemos entregar esta noche es el primer puesto. Salvando la dignidad que exige la camiseta, sepamos que en el Velódromo nos jugamos la pasta que da la UEFA y un resultado, pero no podemos perder allí la siguiente eliminatoria: los escupitajos se secan con la manga, las patadas sin balón se responden con balón de por medio y los insultos con la indiferencia. Marsella no interesa; importa Roma.