Los amigos de Santos Mirasierra
Si un despistado colchonero, o un intrépido, o un aventurero, o un alma de cántaro rojiblanco de esos que piensan que todo el mundo es bueno, se amparara en la licencia que da el deporte para asistir a sus espectáculos y acudiera a la grada alta del antiguo velódromo marsellés donde juega el Olympique, armado de un bocadillo de panceta y una bufanda del Aleti, cabe que le partieran la crisma por provocador ¡por provocador! ¿Qué habría hecho para provocar? Ser seguidor de un club cuya afición, está probado, ni insultó a los seguidores del Marsella ni a sus jugadores; tampoco les agredió de obra: se limitó a observar como una parte de la hinchada contraria se enzarzaba con la policía por un quita esa pancarta que me lo ha dicho el de la UEFA y el guirigay, inadvertido hasta días después, crecía por la demagogia del presidente Diouf y la inclinación de su amigo Platini, que en el asunto se ha cubierto de hez.
En medio un pobre hombre, un don nadie con mala pinta, un chisgarabís que va para héroe de sainete por el lugar en el que le va a colocar este jaleo, el tal Santos cuyo advenimiento esperan en Marsella como si fuera Bernard Tapie después de ganar la Copa de Europa y antes de saber que lo había hecho con trampas. Se me da una higa lo que le pase a mesié Mirasierra, y me parecerá bien que lo devuelvan, que el susto ya se lo ha llevado y mira que no le veo pegando a más policías por la espalda. Hay otros que se van a ir de rositas y son más culpables porque generan violencia, la que padecería cualquier aficionado del Atlético de Madrid que quisiera ver tranquilamente a su equipo en un partido, con público, de la Champions League. Será mejor atender al aviso que nos repiten desde allí, ese infame "que se preparen si vienen" ante el que callan Diouf y Platini.