Diosas a plazo fijo enKatmandú
Siempre he pensado que la tradición politeísta griega, que les permitía adorar a dioses diferentes para cada situación, es mejor, para los tiempos que corren, que la nuestra. Dioses tan cercanos que algunos podían tener pasiones humanas pues mantenían relaciones sexuales y cometieron incluso asesinatos y actos terribles. Tal situación no se acabó con el divino Aquiles, al que quería emular el gran Alejandro y los guerreros de su época. Poseer estatus de diosa y tener un plazo fijo pareciera una situación casi halagüeña para los tiempos que corren. Pero no lo es tanto para las pequeñas que son elegidas Kumari en Nepal. Hace unas semanas llegó la noticia de que una niña de tres años, Matina Shakya, había sido entronizada como la nueva kumari de Katmandú con la aquiescencia de las nuevas autoridades, de ideología maoísta.
Es una tradición con siglos de vida en el país a la sombra del Himalaya, aunque la más conocida es la Kumari Real de Katmandú, alojada en un palacio. En esta ciudad de los Templos de Madera, fieles del hinduismo y el budismo las consideran diosas vivas, reencarnaciones de la deidad Taleju, y amuleto contra la mala suerte. Si tienen una hipoteca asfixiante o el banco no les concede el préstamo necesario, seguramente agradecerían tener alguien al que recurrir como la Kumari. Lo que le espera a esta niña, quien es elegida tras un muy riguroso proceso de selección que busca en ellas 36 virtudes que las hacen perfectas, es una vida aislada y alejada de su familia. Nadie puede tocarlas, no acuden al colegio, sólo consumen comida considerada pura, y, por supuesto, no pueden abandonar el palacio sin permiso. Pero se trata de una divinidad con un plazo de finalización: la llegada de su primera menstruación. También una enfermedad grave o un accidente que suponga una efusión intensa de sangre sería causa del final de su reinado divino. Entonces, los fieles creen que la diosa se desencarna del cuerpo de la niña y es el momento de que vuelva con su familia.
La vuelta a la cotidianidad suele ser complicada para una cría que no ha tenido una educación normal y cuya reclusión la ha mantenido alejada de familia y otros niños. Cuando estuve en Katmandú, a la vuelta del Manaslu hace unas semanas, todavía se comentaba la petición del Tribunal Supremo de Nepal al gobierno para que continúe con la tradición pero haciéndola compatible con los derechos de las niñas a recibir educación y sanidad. En medio del embrollo político del país que más cimas de ocho mil metros posee en el mundo, la niña diosa es un problema menor, pero me parece que representa la esperanza de mucha de esa pobre gente que quiere salir del subdesarrollo y que se agarran al clavo ardiendo que sólo nos proporciona aquello que ni alcanzamos ni entendemos. Quizá sea así como las Kumaris puedan ayudar a su pueblo y además tener una infancia normal.
Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.