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¿Unas manos inútiles?

Lo mejor que me ha ocurrido en estos años de aventura ha sido los amigos que he ganado. Esta reflexión me la hacía hace unos días mientras escuchaba la conferencia inaugural de Juanjo San Sebastián, dentro de la Semana de Montaña y Aventura de Madrid, que organiza, precisamente, otro amigo nuestro, Ramón Portilla. Juanjo y Alberto Iñurrategui, dos figuras irrepetibles en el panorama alpino español, vinieron a Madrid gracias a la amabilidad y patrocinio de gente como la BBK, que siempre apostó por nosotros y la montaña, aun en tiempos de crisis. Sus historias son sencillamente conmovedoras y un ejemplo de los valores que se deben transmitir a la sociedad. La de Alberto ya se la contaré otro día, pero la de Juanjo, que viví muy de cerca, logró transmitirla con pasión, sencillez y una elocuencia imposible de mejorar. Juanjo vivió una terrible tragedia en el K2 en 1994, la primera vez que ascendimos a su cumbre. Era la cuarta vez que lo intentaba y logró llegar a la cima junto a Atxo Apellaniz, pero en el descenso moriría su compañero de cordada pese a protagonizar una historia de solidaridad como pocas veces se ha vivido allí, en los Himalayas.

Juanjo perdería siete dedos de las manos y tendría que rehacer su vida, como otros tantos alpinistas, y acomodarse a la nueva situación. Relató como pensó en un principio no regresar a las grandes montañas, aunque luego volvería en varias ocasiones; aprendió a pilotar avionetas y a hacer piragüismo, porque consideraba a sus manos, que nos mostraba con las terribles amputaciones, "completamente inútiles". Aunque, ahora, ha descubierto que sus manos son "lo que menos ha cambiado" en él. Tuvo un hijo que nació cinco años después de aquella dura experiencia, pero, paradojas del destino, justo el mismo día en el que Juanjo había conquistado la cumbre del K2.

A pesar de todo lo que la montaña le había arrebatado, cuando tuvo que elegir donde llevaría a su hijo, le llevó a escalar en las montañas cercanas a Bilbao, justo donde él también había aprendido. Y lo hizo porque: "Cuando me pongo a pensar en los momentos más felices que he vivido, veo que todos esos momentos han sucedido después de días de esfuerzo, de cansancio, de incertidumbre. A veces también de hambre y de sed. Y también de miedos. Por eso, y sin ningún interés especial en que sea alpinista, de momento llevo a mi hijo a escalar, es decir, al lugar donde se encuentran los momentos felices. Y le aclaro que esos momentos felices duran muchísimo menos que lo que dura el camino que conduce hasta ellos. Pero esos son los momentos en los que uno encuentra sentido a la vida. Lo importante es eso: hacer cosas, recorrer el camino, continuar el viaje".

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.