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Siempre habrá otros Annapurna

Mientras mis compañeros inician hoy el ataque a la cumbre del Manaslu, y ojalá los dioses de las montañas les sean propicios, siento una especie de relajación espiritual, de haber llegado al final de un camino que, la verdad sea dicha, hace treinta años no hubiera previsto. La expedición al Manaslu ha sido mi último viaje con TVE, mi empresa desde que tenía 17 años. Muchos amigos me llaman para tratar de suavizar una tristeza que no siento. Les doy las gracias pero, en realidad, es alivio, porque la televisión por la que luché, por la que dejé mis mejores años, mis esfuerzos, arriesgué la piel y la de mis compañeros simplemente ya no existe. No es este el lugar para analizar el porqué ha sucedido, pues seguramente estarán más predispuestos a buscar en estas páginas un rincón de tranquilidad, siguiendo las victorias del Real Madrid o de su deportista favorito, y vivir unos minutos al margen de la subida de las hipotecas y de otras negras y duras realidades con las que tenemos que enfrentarnos cada día.

Pero, recordando a Joan Manuel Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Durante veinte días caminando por el Himalaya he tenido tiempo de reflexionar sobre este momento. Doy gracias a los azares de la vida y al destino por haberme permitido llegar hasta aquí, por haber podido sobrevivir sin haber sido más fuerte que algunos buenos amigos que se quedaron en el camino. Doy gracias a los cielos por haber sido un hombre afortunado, por haber sido querido y respetado por gentes que siempre me ofrecieron más de lo que yo les pedí, y que hicieron, gracias a su valentía, talento y esfuerzo, uno de los mejores programas de la televisión en España. Ahora sólo resta poner punto final. No sólo basta vivir con dignidad, también hay que saber terminar con dignidad.

Uno de mis amigos más admirados, el veterano alpinista francés Maurice Herzog, goza de la gloria inalcanzable de haber sido el primer ser humano en haber pisado una cumbre de más de ocho mil metros, el Annapurna. A raíz de aquella épica ascensión, estuvieron a punto de morir sus principales protagonistas. Sólo la fuerza y la solidaridad de un equipo extraordinario les permitió regresar con vida. Pero Herzog sufrió unas terribles amputaciones que le dejaron sin los dedos de los pies y las manos. Se rehizo y su vida fue fructífera: ministro y mano derecha del general De Gaulle, miembro del Comité Olímpico, hombre de éxito y luchador incansable. El libro que escribió sobre aquella expedición, una especie de Biblia de los relatos de montaña, termina con una frase que en este momento hago mía: Una nueva vida comienza. En la vida de los hombres siempre habrá otros Annapurna. Y, espero, que la mía siempre esté llena de aventuras y narraciones.

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.