El Cristóbal Colón de Chamonix
Estos días, caminando de vuelta a Katmandú, pensaba en la marcha de aproximación al Manaslu que acabamos de terminar, que ha sido especialmente placentera. He recorrido una parte del Himalaya nepalí que no conocía todavía, y el hecho de transitar un paisaje desconocido y espectacular, que iba aprendiendo al ritmo de mis pasos, me ha permitido el placer añadido de recuperar el sabor de viejas sensaciones, y con ellas recuerdos, de cuando todo era nuevo para mí en la cordillera más alta de la Tierra. Creo que fue Fernando Savater quien expresó la envidia que le causó un chico cuando le dijo que iba a leer por primera vez La isla del Tesoro. Le envidiaba ese placer, irrepetible, puro y nuevo que iba a experimentar cuando se embarcase por primera vez con el enrevesado John Silver el Largo y el valiente Jim Hawkins a bordo de La Hispaniola en busca de un tesoro. Supongo que escudriñar esas emociones primigenias era lo que iba buscando Alejandro Dumas, padre, cuando, en 1832, con apenas 29 años, solicitó una entrevista, durante un viaje que hizo para recorrer el macizo del Mont Blanc, a un anciano de setenta y dos años que vivía en la localidad de Chamonix .
Aquel viejo animoso y buen conversador con el que se encontró en una taberna era para Dumas "... un ser tan extraordinario como Cristobal Colón, que halló un mundo ignorado...". Era Jacques Balmat, el primer ser humano que logró alcanzar la cima del Mont Blanc. Aquella entrevista aparece en el libro Perspectivas del Mont Blanc, recientemente editado por Alba en nuestro país.
Esa lectura nos permite hoy compartir la fascinación del escritor por el relato en primera persona de aquella gesta en la que, como bien escribe Dumas, "...el valor había precedido a la ciencia". Sin duda la recompensa ofrecida por el científico suizo e inventor del alpinismo, Horace Benedit De Saussure, fue un acicate para las sucesivas intentonas de conquistar el gigante por parte de aquel aventurero, cazador y buscador de cristales, pero no la única, ni siquiera la principal, a juzgar por las palabras del viejo Balmat. El desafío que suponía aquella cumbre le rondaba "... siempre la cabeza, día y noche. De día subía a la cima del Brévent, desde donde se ve el Mont Blanc como lo veo ahora a usted, y me pasaba horas enteras buscando una ruta. ¡Bah! Si no hay ruta ya me la inventaré yo -solía decirme a mí mismo-, pero tengo que subir como sea..." A la tercera fue la vencida, esta vez acompañado del doctor Michel Paccard. Balmat llegó a la cumbre un 8 de agosto de 1786. "... sin más auxilio que el de mi fuerza y mi voluntad... era el rey del Mont Blanc, era la estatua de ese inmenso pedestal ¡Ah!". Más de 200 años después, aquí estamos, a los pies del Manaslu soñando con sentir esa misma emoción, pues para cada alpinista una cumbre que no ha pisado sigue teniendo el intenso sabor del descubrimiento, de asomarse a lo desconocido.
Sebastián Álvaro es director de Al filo de lo imposible