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Manuel Vicent y el Aleti

No nos dejemos llevar por la euforia. Así tenía que haber empezado la columna del último viernes, con las palabras tendidas, tumbadas por su propia debilidad como todos los cobardones lugares comunes que vienen al pelo para envolver de corcho el ánimo de los fieles. Pero la peña no es tonta: sabe que los partidos duran noventa minutos, que hasta el último instante no está todo dicho, que ojo al manojo, que si la piel del oso y el rabo del toro. Pero esto, señores, es el Aleti, así que lejos de nosotros los tópicos que fatigan de tanto atentar contra nuestra inteligencia.

El anuncio es el contrario: si nadie en sus cabales aseguraría tan pancho que vamos a ser campeones de Europa, campeones de Liga, campeones de Copa, nadie en sus cabales rojiblancas debe decir algo distinto a "podemos ser campeones de Copa, campeones de Liga, campeones de Europa". El Club Atlético de Madrid, uno de los grandes, ha vuelto. Así que quitemos el polvo de los estandartes, nos espera la vanguardia y ningún otro lugar. Ahí no caben los timoratos.

Hace unos años escribió Manuel Vicent un artículo en El País de esos que directamente le dicta Dios. Por cómo lo dice y por lo que dice. En aquel definía como operístico el modo que tiene el madridista de seguir a su equipo, como quien acude al Liceo o al Teatro Real. La tesis no era nueva pero estaba puesta con tino, tanto que hace poco dijo lo mismo el presidente blanco para definir a los suyos. A ese estilo oponía un Vicent exacto el de los atléticos, que no son seguidores, no siguen a su equipo; están dentro de él. Los atléticos, concluía, entienden a su club como misión. Es así. Por eso no necesitamos adormideras de las que se venden a granel en los periódicos: por un euro un montón.

Son formas de ver los colores, eso no significa que seamos mejores ni peores que quienes entienden su afición de otra manera, simplemente hemos elegido esta. Y la vivimos con pasión. Dos personas se encuentran en un tren australiano, hablan y se reconocen ambos del Real Madrid: mira que bien, dicen ambas. Dos del Aleti coinciden en ese tren australiano y el abrazo que se pegan es tan grande como el del falangista y el cenetista que le suelta en aquel maravilloso anuncio nuestro que guardo para verlo cuando tiendo al bajonazo. Dentro de esa pasión va también nuestra lealtad a la historia que nos exige, aún en tiempo de derrota, reclamar que nos ganamos hace mucho el derecho a pelear siempre por la victoria y recordarlo cuando es menester por si a alguien se le olvida.