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Como en el colegio, gol regañado

Desde el primer minuto se vio que aquello no era un partido, era una broma. Y como tal se lo tomó el Madrid. Ni en las pachangas de los entrenamientos se frivoliza tanto cara a puerta. Todos querían su golito, todos deseaban lucirse ante la insultante debilidad del rival. Y cuando eso pasa, acaba saliendo un bodrio de encuentro, insufrible, y se meten menos goles de los que se presumían. Si no llega a ser por el tanto de Ramos, en una jugada ensayada que ni un equipo juvenil se tragaría, incluso habrían llegado los nervios y los silbidos del respetable. Aquello era un desvarío, tanto por lo mal que defendían los bielorrusos como por lo disparatado que resultaba el ataque del Madrid. Se salvaban un poco las atropelladas acometidas de Robben.

Si a todo esto añadimos el pique que se intuía entre Van Nistelrooy y Raúl por aumentar su cuenta goleadora en la Champions League, entenderán que por momentos el debut europeo del Madrid se convirtiera en algo parecido a lo que jugábamos en los recreos del colegio: el gol regañado. Si llega a estar en el palco del Bernabéu Maradona, hubiera encontrado motivos para volver a hablar de chupones.