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Grandes familias de aventureros

Aunque las reuniones familiares de los Piccard deben ser ciertamente peculiares no deben ser mejores que las de las nuestras. Al menos eso pensaba ayer, filmando la fiesta chiíta del Mojarrán, mientras casi un centenar de miles de hombres se dedicaban a castigarse el cuerpo, a puñetazos, con cadenas, objetos metálicos cortantes o sogas. Acabo de regresar a Skardú (capital del Baltistán, mayoritariamente seguidores del chiísmo) cuyo nombre parece provenir de Iskander, el Gran Alejandro, y me decía que buena parte de estos hombres que se daban puñetazos en el pecho, con tal pasión, que el sonido de sus cajas torácicas resonaban como los tambores de nuestras procesiones en Semana Santa, podían ser descendientes del macedonio. Es la fuerza imparable del Islam.

La última vez que intente filmar esta fiesta religiosa, exclusivamente para varones, me salvé por los pelos (y un servidor no tiene muchos) de ser linchado por la multitud. Ayer unos amigos paquistaníes convencieron a dos agentes de la autoridad, convenientemente pertrechados de ametralladoras, para que me acompañaran por si había algún exaltado que quería pasar de darse puñetazos en su pecho a dármelos a mi en la cara. "No te metas en líos", me había dicho mi padre al partir (que cumple dentro de unos días 92 años y al que, junto a ustedes, va dedicada esta humilde columna del periódico que lleva leyendo durante tanto tiempo), y pensé qué clase de impulso nos lleva, precisamente, a hacer lo contrario. Claro que acabo de cruzar el paso del Gondogoro, a más de 5.700 metros con mi hijo, y nuestro abuelo Sebastián se vino de la sierra a fundar Campamento. Los Piccard son también de ese tipo de familia que parecen compartir un gen que los impulsa a la investigación y las aventuras extremas, habiendo protagonizado algunas de las más asombrosas del siglo XX.

El pasado lunes, Bertrand Piccard presentó su proyecto Solar Impulse, un prototipo de avión movido por energía solar. Su abuelo Auguste Piccard fue un pionero en la búsqueda de las fronteras de nuestro planeta, primero, más allá de las nubes con un globo de su invención con el que consiguió, en 1932, superar los 16.000 m. de altitud y luego desarrollando el que será su invento más famoso: el batiscafo. Con él su hijo, Jacques lograría, en 1960, descender al lecho de la Sima de las Marianas, a más de 10.000 m. de profundidad. Bertrand, como su abuelo Auguste y su padre Jacques, han hecho de su peripecia vital el mejor ejemplo de la aseveración de Auguste: "... Escalar las más altas cumbres, iluminar con los faros de nuestra inteligencia los dominios de la perpetua oscuridad : he aquí lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida." Siento dar tantos disgustos a mi padre, pero es también lo que yo pienso.

Sebastián Álvaro es director de Al filo de lo Imposible.