La afición trabaja en Innsbruck
Día laborable a las seis y hay diez mil españoles de fiesta en Innsbruck. La primera reacción al verles por la fría tele, guiado por la envidia más pura y menos sana, es "¿y esta gente no trabaja? ¿No estamos en exámenes?". Pues sí y sí, pero da lo mismo. El fútbol está por encima de esas nimiedades. Hay miles de ciudadanos que han convencido a sus parejas de que es una gran idea gastar días de vacaciones en irse a ver unos partiditos, y a sus padres de que ese examen no es para tanto, que en realidad ni siquiera existe. No son mentirosos, son profetas.
Porque cada dos años, Mundial o Eurocopa, vuelven a soñar. Y sí, ya lo sé: la historia de siempre, ilusos y demás escudos cínicos que usamos como tiritas antes de hacernos la herida. Pero hay diez mil que no tienen miedo, que allí están, seguros de que esta vez nadie nos detendrá. Luego, nos la pegamos con mayor o menor estrépito, pero dos veranos después vuelven tan convencidos como siempre. Tienen fe. Y creer que vas a ganar es indispensable para acabar lográndolo. Sin ellos sería imposible. Nada de absentismo: trabajan para todo el país.