Ser capitán desde la sencillez
Parece que fue ayer cuando Iker Casillas tenía que soportar que algún histórico compañero le mirara por encima del hombro. Aterrizó en la Selección española sin hacer ruido y en ningún momento tomó en cuenta esos desaires iniciales. De la misma manera, ahora que es el mandamás, no medra con la capitanía, no es un mal ejemplo para los que se van incorporando al equipo. Luis lo sabe y confía en él. A veces, para ser líder, no hay que tener cara de cabreado, ni es necesario enfrentarse con media profesión periodística. Basta con tirar de naturalidad para controlar el entorno y ser un buen compañero. El éxito de Casillas, además de parar como el que más, es que se gana el respeto de todos desde la sencillez, sin dárselas de nada.
El brazalete de capitán tampoco le ha cambiado. Es más, diría que al pasar casi inadvertido, ha amortiguado los ecos de la ausencia de su antecesor en el cargo en una gran cita futbolística: Raúl. Llega a esta Eurocopa, además, en plena madurez y tras haber realizado una soberbia temporada. Como en el Real Madrid, sabe que le tirarán muy poco y ahí se notarán más los errores. En el pasado Mundial de Alemania hizo las maletas sin apenas haberse estrenado, salvo para recoger los balones que nos enchufó la selección francesa en aquella aciaga tarde de Hannover. El fuerte carácter del seleccionador evita que tenga que interpretar el papel clásico del capitán que no para de chillar. Mejor. Lo suyo no es dar voces, sino morderse el labio.