Una nueva lección de Durántez

Una nueva lección de Durántez

En España tenemos un sabio del olimpismo cuyos méritos y conocimientos nunca serán justamente reconocidos. Es Conrado Durántez, toda una eminencia y un defensor a ultranza de los valores olímpicos. Su rigor -no en vano es magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Madrid-le llevó dieciocho años de investigación antes de publicar Olimpia y los Juegos Olímpicos Antiguos en 1976. Desde entonces ha desparramado su sabiduría a través de 23 obras; la última, El fuego de Olimpia. Ayer la presentó en la sede del Comité Olímpico Español. Es un recorrido de un fuego con origen litúrgico, convertido después en antorcha olímpica y hoy en día fuente de conflictos según hemos estado viendo en su camino hacia Pekín.

Durántez no rehuyó en la presentación el problema de la antorcha. "Como sucedió con el black power en los Juegos de México, derecho a la protesta, s el lugar, no. China, como sucedió con Japón, será mejor después de los Juegos, pero antes tiene que tomar la medicina olímpica". Para Durántez, el movimiento olímpico ha hecho mejores a los países organizadores, y en el caso concreto de la antorcha defiende que ha servido para que sus últimos porteadores lanzaran al mundo múltiples reivindicaciones: Enriqueta Basilio, a la mujer deportista en México 68; Rebollo, a los minusválidos en Barcelona 92; Ali, a la raza negra en Atlanta 96; Cathy Freeman, a los aborígenes en Sydney 00. Pues Durántez tiene razón. Es nuestro Pierre de Coubertin.