Billete sólo de ida al Planeta Rojo
No crean que es una propuesta para locos. Más bien todo lo contrario. El desafío es para espíritus curtidos. Convertirse en el primer colono (del género homo sapiens, al menos) del Planeta Rojo. Lo que todavía no es más que una idea, ha sido lanzada por el ingeniero de la NASA, ya retirado, James McLane. En su opinión, la única forma viable de llevar a cabo la exploración humana de Marte es enviar un colono, o a lo sumo dos, que asuman que jamás volverán a la Tierra. Así se evita la parte más compleja de esa misión, además de que se logrará más sitio en la nave para equipos y provisiones con los que instalarse en el nuevo territorio. Este plan, según McLane, tendría el beneficio de acortar los plazos que se ha marcado la NASA para pisar Marte y, sobre todo, enganchar al estribo de ese cohete la emoción popular, aquella corriente de ilusión y pasión que acompañó a tres exploradores en una nave llamada Apolo hasta nuestro satélite a finales de los sesenta. Y es que es esa pulsión de conquista, de exploración, es la que agita nuestra alma mucho más que los posibles beneficios científicos de este tipo de aventuras.
Hoy nos puede parecer incluso descabellado que alguien se presente voluntario para un viaje lleno de incertidumbres y una sola certeza: no habrá regreso. Pero, lo cierto es que llevamos haciéndolo desde nuestros primeros pasos sobre el primer planeta de nuestra galaxia que hemos explorado: la Tierra. Así lo atestigua la reciente confirmación del hallazgo en Atapuerca de unos restos que confirman una presencia aún más temprana de nuestros antepasados en el continente europeo. Habitantes de Oceanía que se lanzaron al Pacífico con sus canoas para colonizar islas que ni siquiera sabían si existían; vikingos que colonizaron Groenlandia; portugueses que abrieron la ruta por el sur de África o españoles que exploraron todo un nuevo mundo.
Hubo quienes, como Cortés, quemaron sus naves, precisamente para seguir siempre adelante. Y está el anuncio de Shackleton en 1914, en el Times, que rezumaba mayor audacia y provocación: "Se necesitan hombres para viaje arriesgado. Muchos meses en completa oscuridad. Mucho frío, poca paga, sin garantía de regreso". Todos ellos fueron rebeldes contra el non plus ultra, exploradores de la acción y de la mente, algunos de ellos de dudosa catadura, y muchos perseguidos por sus contemporáneos, que fueron conquistando el horizonte, aunque a un altísimo coste. Ese espíritu de aventura lo resumió el presidente Kennedy en 1962 cuando afirmó: "Elegimos ir a la Luna en esta década no porque es fácil, sino porque es duro, porque esa meta organizará y medirá lo mejor de nuestras energías y capacidades, porque deseamos asumir este reto". ¿Estamos preparados para el reto del futuro: la exploración espacial?