Cómo pasar de niño loco a visionario
Determinación, esa es la cuestión. A los once años todos tenemos sueños aparentemente condenados al fracaso. Yo quería ser negro. Así que me pasaba el día con el labio inferior doblado hacia fuera y la lengua asomando como si fuera el superior. Tan feliz. Pero en algún momento, seguramente cuando el profesorado recomendó a mis padres algún tipo de tratamiento por esto y por mi manía de leer en alto la matrícula de los coches con que me cruzaba, más o menos como Dustin Hoffman en Rain Man, asumí que sería siempre vulgarmente lechoso. Nunca tuve la determinación de agarrar a mi madre de la mano y arrastrarla a Tanzania a ver si se me pegaba algo. Me hubiera gustado ver su cara. Lo mismo me manda solo. Bueno, pues aquí tienen a Rui Miyagawa: "Mamá, quiero ser futbolista en España". "Claro, cielo, mañana vamos". Y vinieron.
Y hoy juega en el Atleti. Como Ingrid Bergman en Casablanca, de todos los equipos del mundo tuvo que elegir el mío. En realidad, es el destino. Básicamente ser atlético consiste en eso: soñar con lo aparentemente imposible y, cuando el mundo se ríe de tus delirios, persisitir contra viento y marea. Supongo que la fortaleza de espíritu japonesa influye, porque no contento con liar a su santa madre para asistir al campus de verano, la ha convencido para venirse a vivir a tiempo completo. Ya puede ser bueno...
Pase lo que pase, un brindis por él, el Rui más grande desde El Pequeño Cid. Un ejemplo, un valiente que decidió no someterse a la aburrida dictadura de los adultos. Rui Miyagawa, el niño que logró convertir un loco sueño infantil en realidad. Mi nuevo ídolo. Ahora mismo voy a darme unos rayos UVA.