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Alonso se alió con el descontrol

Creo que ha quedado muy clarito después de ver la carrera de Australia que los sistemas de control de tracción no hacían más que fastidiar y vulgarizar la Fórmula 1. La electrónica convertía lo imprevisible en previsible, transformaba la emoción en aburrimiento y, lo que es más grave, camuflaba las carencias de más de un piloto y mitigaba los errores estratégicos y técnicos de los equipos. En Melbourne hemos visto de todo, desde un milagro como el que ha obrado Alonso con un coche que tiene más de tartana que de bólido, a la debacle más sobresaliente de Ferrari de los últimos once años. También vimos a un Hamilton que, aunque muchos aficionados me maldigan, me temo que puede ser una versión mejorada de Senna (con 72,22% de podios y 27,77% de victorias).

También me ha sorprendido la madurez de Rosberg, el coraje disparatado de Barrichello, la nobleza de Raikkonen, la mala suerte de Kubica, la conducción calamitosa de Massa, sin electrónica de por medio, y la calidad del debutante Sebastien Bourdais (cuatro veces campeón de la Champ Car) y su no menos sorprendente Toro Rosso, al que el R28 no podía ni acercarse. Síntoma que hace presagiar para Fernando Alonso días muy duros. En los entrenamientos Renault fue la octava escudería en liza y en la carrera se necesitaron hasta dieciséis abandonos, la torpeza de Kovalainen y la pericia del asturiano para alcanzar el cuarto puesto, por lo que me temo que, o mucho cambian las cosas en el equipo de Briatore, o lo vivido en Australia sólo ha sido un espejismo.