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Alejandro y Alfredo, los grandes

Quizá sea un exceso pero convendrán conmigo que el fútbol o es excesivo o se queda en insulsa demostración gimnástica. Además, uno ha llevado una vida apasionada, más dada al exceso que a la moderación. Así que, como juego dialéctico y con el permiso de mis amigos que comparten mi afición por Alejandro Magno pero no son merengues, me atrevo a compararle con Alfredo Di Stéfano. He llegado a esta conclusión aprovechando la coincidencia en los medios de comunicación de ambas figuras, la primera por la profusión de libros sobre su vida, y la segunda debido al homenaje que le ha hecho la FIFA. Muchos son los que han visto en los campos de juego un remedo incruento de los campos de batalla y en los grandes jugadores (y Di Stéfano es grande entre los grandes) émulos de los héroes, como Aquiles y Alejandro, cuyas hazañas eran recordadas durante generaciones. "Era un líder inspirador, derrochaba coraje", ha dicho Bobby Charlton de don Alfredo. "En fin, ése era él, energía, impulso, coraje... sus hombres le seguían a todas partes" afirma del rey macedonio Robin Lane Fox, autor de la monumental biografía Alejandro Magno de reciente publicación en España. Se podrían haber intercambiado las citas.

Alejandro llevó a sus hombres hasta el confín del mundo construyendo un imperio como jamás se había visto, como debieron suponer las cinco copas de Europa seguidas ganadas por el Real Madrid capitaneado por Di Stéfano para aquella España paupérrima que buscaba el final del túnel de la posguerra. Y ni Grecia fue la misma tras Alejandro ni el Real Madrid tras la era Di Stéfano, pues, como señalaba Relaño el pasado domingo en El País, la Saeta Rubia implantó la obligación en el equipo blanco de ganar y jugar bien.

Me considero un afortunado por el tipo de vida que he elegido y haber podido sobrevivir. También por haber seguido las huellas del joven Alejandro a través de Asia Central e imaginar la curiosidad con la que aquellos hombres se adentraban en un mundo tan desconocido como para nosotros supone hoy el espacio interestelar. Nunca olvidaré aquella mirada de una joven en el valle de Hunza, donde se declaran herederos del macedonio. También me siento afortunado por haber visto jugar al gran Di Stéfano. Vestido con los colores del Espanyol, y supongo que la última vez que jugaba en Madrid, y mi padre, madridista, era consciente de lo que eso suponía. Yo era un niño y mi padre me tuvo que poner encima de sus hombros. Mi padre tiene 91 años y recuerda aquella etapa madridista como la mejor que se ha vivido en el fútbol. Quizás no se acuerde de aquella vez que me llevó a ver a Di Stéfano. Pero a mí no se me ha olvidado.

Sebastián Álvaro dirige Al Filo de lo Imposible.