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El síndrome Iker no va con Agüero

Lo sufría Torres y, como todos éramos (y seguimos siendo) Torres, lo padecíamos todos los atléticos. El síndrome Casillas. El miedo, los sudores fríos, el mal cuerpo generalizado. Como una gripe, pero sin poder quedarte en la cama para que pasara cuanto antes y a otra cosa, mariposa. No. Llegaba la semana del derbi y sabías que iba a ocurrir, que no había manera de evitarlo: Iker nos la iba a liar. Y el tío iba y la liaba. No había ni emoción, sólo hastío. Encima, pese a la capacidad casi infinita del buen atlético para aborrecer a los jugadores del Madrid, el chaval va y les sale guapete, sencillo y encantador. No había manera. Que yo sepa, sólo mi padre es capaz de ponerle verde. Aunque mi padre podría convencerles de que Butragueño era un futbolista violento, así que...

Pero la pasada temporada algo cambió. Tal vez todo empezase en la equivocación de un chico de 18 años. Una vaselina descarada, pero inútil. Un error, sí, pero también un mensaje: "No me das miedo". Esa fue la presentación de Agüero en los derbis. Y en la segunda vuelta, Torres le marcó un golazo a Casillas y lo celebró con tal rabia que no fue un festejo, fue un exorcismo. Adiós, demonio, adiós. El Niño se marchó a conquistar Inglaterra y el Kun heredó su responsabilidad, pero no los traumas. Lo demostró en un minuto, el que tardó en marcarle a Iker el primer gol de esta Liga. Cuando hoy tengamos el lujo de presenciar el duelo entre el mejor portero y el futuro mejor delantero del mundo, no habrá síndromes que valgan. Sólo un partidazo. Y, ahora sí, puede ganar cualquiera.