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Cuando el fútbol en Madrid tenía otro sabor y aroma...

Recuerdo como si fuese hoy mi primer partido de eternos rivales. Apenas llevaba mes y medio acudiendo semanalmente al entrañable Stadium (era como llamaban mis tíos al Metropolitano). Todavía no se había inaugurado Chamartín y en el barrio de Cuatro Caminos alternaban Atleti y Madrí sus jornadas ligueras. Esta vez los rojiblancos jugaban de locales y barrieron con juego del bueno, traducido en goles, a sus eternos rivales. Nada menos que por cinco a cero y con Juncosa con la cabeza vendada a consecuencia de un regalito que había recibido en Las Corts una semana antes. Fue la primera vez que un equipo español, en este caso el Real Madrid, llevó números en la espalda. Ortiz fue el centromedio madridista y su nombre, motivo de bromas a causa de la manita rojiblanca. Después y hasta hoy he visto más de 150 partidos de esos que ahora se llaman derbis. También ahora llaman indios y vikingos a lo que entonces eran colchoneros y merengues y, en las previas, Manolete y Roncero han sustituido a las populares figuras de Doña Merenguitos y Don Tremebundo en sus diálogos radiofónicos de los años cincuenta. El Metropolitano fue durante muchos años el escenario donde los atléticos esperaban derrotar a su adversario. Unas veces se conseguía y otras no. Entonces no se llevaban banderas, ni bufandas, ni otras prendas identificativas de las simpatías por uno de los dos rivales. Como mucho una insignia en la solapa. Los seguidores rojiblancos se alojaban en la lateral y los madridistas en la gradona del fondo. Los sentimientos se demostraban con el agitar de pañuelos. Lo mismo servía para premiar un gol que para pedir la oreja del árbitro.

Los futbolistas salían del campo andando por la puerta que daba a la calle del Límite (hoy Juan XXIII) y algunos se dejaban acompañar por los aficionados hasta la puerta de su casa discutiendo del partido por el camino. Adrián Escudero vivía muy cerca del estadio y los solteros del Atleti en las cercanías de Princesa o Cea Bermúdez. En 1954 se reformó el Metropolitano y se hizo un túnel desde el vestuario al terreno de juego, detrás de la portería de la caseta. Ello impidió que volviesen a repetirse las salidas de los jugadores atravesando el espacio desde el edificio de vestuarios al campo, con los tacos resonando con fuerza sobre el pavimento y siempre botando varios balones. En esta reforma creció la grada de socios y desde allí se animaba al equipo con un cántico monótono pero estruendoso ¡Hala Atleti! ¡Hala Atleti! ¡Hala Atleti!

Los merengones contestaban con un sonido gutural que sonaba a ladrido, su característico ¡Hala Madrí! Los socios rojiblancos en tono de burla, cuando los nuestros ganaban, hacían un remedo del mismo gritando ¡Valladolí, Valladolí! que sonaba muy parecido. Son recuerdos imborrables que ambientaban los partidos de eternos rivales junto a los de jugadores, goles y partidos que desde 1947 a 1964 fueron actores en ese Metropolitano al que acudía en esos días con una curiosa mezcla de ilusión y temor...