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Navidades blancas y polares

En estos días de preparativos, ilusiones y también alguna que otra angustia ante la perspectiva de verse encerrado en una habitación con parientes, he terminado echando la vista atrás recordando algunas de esas Navidades que he pasado en lugares poco comunes y también en algunas de las que vivieron un puñado de tipos singulares. Por ejemplo, la de 1915 fue una Navidad adelantada y especialmente dura para los expedicionarios liderados por Ernest Shackleton. La celebraron el 23 de diciembre sobre un témpano de hielo, pues tenían previsto pasar los días siguientes arrastrando dos botes en busca de la salvación y del reencuentro con unas familias que durante los dos años siguientes no supieron nada de ellos, dándolos por muertos. Era todo lo que les quedaba de su barco, el Endurance, que había sido destruido por la presión del hielo. Mientras comían hasta hartarse -pues no podían llevarse todas las provisiones- debieron recordar con nostalgia las Navidades del año anterior que celebraron en el Ritz.

Así llamaban, con cierta ironía, a una especie de sala comunitaria en las entrañas de su barco. Allí lo mismo comían que escribían o leían. También era el lugar para organizar fiestas que siempre terminaban con una ronda de grog, una bebida típica de la marina británica hecha a base de agua azucarada y un licor, preferiblemente ron aunque no se despreciaba cualquier otro brebaje capaz de tumbar al más fornido de los marinos (de hecho, nuestro adjetivo grogui proviene del inglés groggie). Con él brindaban, como en la película Master y Comander, "Por nuestras mujeres y nuestras amantes ¡Para que nunca se conozcan!". También organizaban bailes de disfraces y pequeñas representaciones teatrales donde los improvisados actores solían rivalizar en quién era capaz de hacer más el ridículo para algazara del resto.

En esto de dar la nota, el que estas líneas suscribe a veces no tuvo el menor reparo en ponerse a la cabeza del grupo. En la Nochevieja de 1994, después de varias horas de celebraciones y de un buen trasiego de espumosos, nos quedamos en pelota picada y echamos una carrera sobre la planicie polar. Cien años antes, el 24 de diciembre de 1893, Nansen, líder de la expedición al Polo Norte, escribía en su diario: "Nochebuena: 37º bajo cero. Una luna brillantísima y el silencio infinito de la noche ártica". Luego el gran explorador noruego describe la especial alegría que les embargó a todos a bordo del Fram cuando abrieron la caja en la que estaban guardados los regalos de sus familias: "Resultó emocionante la alegría con que cada cual recibió su obsequio, aunque sólo se tratase de una bagatela..." Eso es lo que les deseo a ustedes, que sepan distinguir lo importante de la fiesta y el artificio.

Sebastián Álvaro es director de 'Al filo de lo Imposible'