Ocho años después es San Iker
Sigue con su cara aniñada pero destila aplomo. Casi una década viendo pasar entrenadores, compañeros, presidentes y no da síntomas de desquiciamiento. Ayer volvía a su segunda casa, donde debutó en Primera, y bastó una jugada, medio segundo, un fogonazo, para que La Catedral reconociera al personaje. Esas décimas de inspiración han dado incluso títulos al Madrid. Casillas no se cansa de parar, ni de progresar, ni de gritar, ni de morderse el labio de desesperación. Ayer volvió a celebrar más el golazo de Van Nistel-rooy que su paradón a Llorente. Es como si lo suyo no tuviera importancia, pura normalidad. Será porque pese a su soledad y desamparo, sigue sin acudir todavía al psiquiatra. Que sepamos.
Porque el equipo puede jugar bien, un par de veces, o regular, pero Iker está siempre ahí, para lo que gusten mandar los rivales. Si no quedara pelín cursi habría que decir que es el ángel de la guarda. A él no le afecta la desconfianza de presidentes, ni la conspiración de técnicos italianos, ni los ambientes calientes como el de ayer. Está para sacar la mano en el momento preciso. Y salvo que eso ocurra media docena de veces en un partido, se queda sin el galardón de los titulares, sin los oropeles que adornan a los llamados héroes de la contienda. Al menos ya se siente con autoridad (monumental la bronca que le echó al veterano Etxeberria) para reivindicar su status. Le veo subiendo al despacho de Calderón.