Nostalgia de los hielos
Daría igual que me refiera a Groenlandia o a la Antártida, a Alaska, al Hielo Patagónico o el colmillo de hielo que culmina el cerro Ladrillero que acabamos de ascender hace unos días. Podría hablarles del circo oculto de los Gasherbrum, la cúpula del Mont Blanc o, en fin, del peldaño casi cimero que, a contrapelo, aún sostiene y guarda el pequeño glaciar de Monte Perdido donde me bauticé como alpinista. Todos son mis queridos y venerados paisajes del hielo. Los últimos territorios sin profanar, donde aún resiste la grandeza de la Tierra y también su memoria, pues en su interior han quedado atrapados vestigios de lo que fue este planeta hace cientos de miles de años. Esos escenarios del frío y las tormentas son baluartes de la gran naturaleza, capaces de helarte hasta el alma con su viento gélido, como el que nos tuvo contra las cuerdas hace escasas semanas en el cerro San Valentín, en la Patagonia chilena. Pero también son delicados reinos de cristal que estamos perdiendo.
Tienen en común el estar amenazados por un cambio climático del que cada vez son menos los que dudan que, al menos en parte, es por nuestra irresponsabilidad. No es fácil describir ese escalofrío que se siente cuando pones por primera vez el pie sobre un terreno glaciar o notas cómo todo tu cuerpo se pone en tensión mientras las puntas de los crampones apenas son capaces de morder una pared de cristal. Y pocos momentos de placer pleno te depara la vida como un amanecer avanzando por una llanura helada disfrutando de la sencillez del sol restallando sobre las infinitas aristas de hielo. Y es que te estás adentrando en esos territorios en los que es posible vivir lo que el explorador Nansen definió como "la gran aventura del hielo, profundo, puro como el infinito". Sus rasgos son la belleza del mundo, el silencio del mundo, la soledad del mundo. Es difícil no sentirse conmovido ante su presencia. Son ellos mismos, no las máquinas, no el tumulto, no el ruido, no la suciedad, no la urbanización ni la fealdad. Admirar los Hielos de la Tierra es admirar la Tierra sin hombres, sin carreteras, sin funcionarios, sin bancos, sin nuestras prisas. Sentir la emoción de pisar el terreno no hollado, el cristal regalado por tormentas milenarias a quien no le importan los humanos para brillar, para derretirse, aunque, tarde o temprano, volverán a cubrir buena parte de la tierra que habitamos. Dejémosles así y respiremos hondo, que sea nuestro el aire del Polo porque lo tragamos garganta adentro y seamos así algo de ese lugar. Que su viento nos haga vivir. Acabo de llegar de Tierra de Fuego, aún se me está cayendo la piel quemada por el viento helado, aún recuerdo, con desagrado, el sufrimiento exigido, pero ya los echo de menos. Shackleton habló de "la nostalgia de los hielos", para explicar por qué regresaba una y otra vez a la Antártida. Quizás yo también sufra ese virus de melancolía. O quizás sea que las navidades y las elecciones están muy cerca. No conquistemos más territorios, dejémonos conquistar por ellos y hagamos todo lo posible porque sigan existiendo.
Sebastián Álvaro, director de Al Filo de lo Imposible (TVE).