El cerro de Juan de Ladrillero
El día de ayer fue de intensas emociones. Partimos de mañana rumbo a una cima jamás hollada antes: la del cerro Ladrillero. En una de nuestras mochilas viajaba un pequeño recipiente de metal que guardaba una copia de una de las páginas que preserva el Archivo de Indias en Sevilla y que escribió el explorador español Juan de Ladrillero allá por el siglo XVI. A buen seguro que le habría gustado venirse con nosotros hasta esa cima; no porque lleve su nombre, un honor que debemos a la voluntad del británico Fitz-Roy, capitán de la expedición (1832-36) que pasó por aquí y en la que se había enrolado un joven naturalista llamado Charles Darwin. Más bien le animaría el privilegio de poder contemplar desde un lugar único el territorio que recorrió y estudió con minuciosidad, dando lugar al primer estudio hidrográfico, de costas, paisajes y habitantes del estrecho de Magallanes. En la cima de su cerro queríamos dejar esa sencilla hoja de papel como homenaje a aquel auténtico aventurero animado por el afán de conocer más que el de conquistar. Los días anteriores para nuestra expedición, compuesta por compañeros de Al filo, miembros del ejército español y del chileno, habían resultado bastante arduos.
Nos pasábamos las horas envueltos en agua: la que nos caía del cielo, la que nos empapaba de sudor y la que nos anegaba hasta la cintura mientras tratábamos de avanzar hasta el pie del cerro por un terreno hecho de turba. Las botas de escalada descansaban tranquilamente en las tiendas de nuestro campamento a la orilla del seno Skyring, mientras nosotros peleábamos como poceros para sacar nuestras botas de goma de un fango espeso y rebosante de agua formado por una masa vegetal en descomposición. Este extremo austral de América es todavía hoy un territorio salvaje y duro para el ser humano. Hasta las vacas que una vez fueron domésticas, hoy son animales salvajes, cimarronas escapadas de las estancias, que han proliferado ante la falta de grandes depredadores. Éste es el mundo extremo en el extremo del mundo que exploró Juan de Ladrillero y del que quiso dar noticia a través de sus diarios de navegación y exploración. Y ayer, quinientos años después, un puñado de alpinistas de uno y otro lado del océano hermanados por un idioma, la admiración por aquel explorador y una común pasión por la aventura, nos pusimos en marcha camino de una cima virgen. La ascensión se hizo aún más dura debido a las rachas de viento de hasta 60 km por hora, que nos castigaron hora tras hora. Pero, tras tender una cuerda fija para superar el hongo cimero de nieve que lo remata, los nueve conseguimos abrazarnos en la cumbre del cerro Ladrillero.