Un cerro con alma de montaña
El Cerro San Valentín es una montaña de 4.035 metros. Sólo atendiendo a las cifras no parece un reto para bregados alpinistas de los gigantes del Himalaya que doblan en altitud a este cerro patagónico. Tipos como José Carlos Tamayo y Pedro Expósito, cuya biografía expedicionaria se trufa con aventuras en varios ochomiles o en la Antártida. Pero las cifras casi nunca son algo más que una gatera desde la que escudriñar la inmensidad, cuando de alpinismo se trata. Lo que convierte a ese cerro en un desafío es el lugar en el que se levanta, la Patagonia. Un territorio especialmente duro por su humor climatológico, tan imprevisible como devastador, debido a las virulentas tormentas. A lo largo de nuestras muchas expediciones a este espacio natural fascinante lo hemos podido comprobar de cerca, ya fuera en la cordillera Darwin, donde tuvimos que caminar durante 40 horas en medio de la ventisca y con nieve por la cintura, o en el mítico Cerro Torre cuando, cerca ya de la cumbre, la brutalidad de una tormenta casi arranca a nuestros compañeros de la pared. O en la primera ascensión de la Dama Blanca en cuya escalada empleamos casi setenta días, más que en ascender al Everest o al K2.
De nuevo han conocido de cerca esa fuerza desatada de la Naturaleza nuestros compañeros de la expedición conjunta formada por miembros de Al filo, el Ejército español y el chileno. Cuando ya habían alcanzado los 3.100 metros, una tormenta con vientos de más de 100 km por hora les destrozó las tiendas y tuvieron que ponerse a cavar en plena noche una cueva bajo la nieve con la desesperación de quien sabe que se está jugando la vida en esos minutos.
Unos utilizaron las pequeñas palas que tenían y otros tapas de cazuela, el piolet o cualquier artilugio para arañar el hielo. De ese agujero emergieron Tamayo, Expósito, suboficial del ejército español, y dos militares chilenos con congelaciones en las manos. En un verdadero prodigio de tecnología, logramos pasarles un parte meteorológico desde Jaca advirtiéndoles de que tenían pocas horas de tregua para que bajasen a un claro y pudiera recogerles un helicóptero. Pusieron el coraje para creer en esa previsión. Allí helicópteros de los carabineros y el ejército chileno consiguieron, por cuestión de minutos, ponerles a salvo. En ese mismo lugar, con una tormenta menos violenta, se quedaron siete personas. Pedro ya se encuentra en el hospital MAZ de Zaragoza, con ese envidiable humor que nunca pierde, y José Carlos esperándome en Tierra de Fuego a pesar de sus dedos tocados. Con gente así se puede ir al Fin del Mundo, que es donde vamos. ¿No creen?