El apicultor que subió el Everest
Por desgracia, Edmund Hillary no va a poder estar con nosotros en la presentación de las ferias Expotural y Montaña que tendrán lugar este fin de semana en Madrid. Me habría encantado poder saludarle en persona y compartir con él nuestra celebración en el marco de la feria de los 25 años de Al filo de lo imposible. Sin duda, si nuestra serie documental existe y ha tenido tan larga y fructífera vida se debe al ejemplo de pioneros como él, que nos enseñaron a las siguientes generaciones cómo la gran montaña podía ser además de un reto, un inigualable territorio de historias, sueños y aventuras. Pero la figura de Hillary es emblemática por más razones que por haber sido el primer ser humano en alcanzar, junto al sherpa Tenzing Norgay, la cima más alta del mundo, el Everest. Algo que, por otro lado, siempre estará rodeado de incertidumbre, ya que no sabremos con certeza si pudieron lograrlo en 1924 George Mallory y su compañero Andrew Irvine. En estos pasados días hemos asistido a un aleccionador espectáculo sobre el difícil arte de saber ganar o perder con algunos británicos como protagonistas.
Quizá hoy se nos haga difícil llegar a calibrar lo que supuso su conquista del Everest. Baste señalar que todavía hoy Hillary es el único neozelandés vivo que aparece en un billete de banco de su país y es el único extranjero que ha merecido ser nombrado ciudadano de honor por el gobierno nepalí. Un país tronchado por la Segunda Guerra Mundial asumió el triunfo de la expedición británica en 1953 como un logro nacional, un éxito que les devolvía el orgullo colectivo y la esperanza en un futuro mejor. Un carácter menos firme o más sensible a la adulación habría, a buen seguro, sucumbido. Sin embargo, aquel joven apicultor que había aprendido a amar las montañas escalando las hermosas y difíciles cimas de su tierra, los Alpes neozelandeses, supo armarse de humildad y sabio relativismo para afrontar los continuos homenajes.
Volvió al Himalaya en varias ocasiones y participó en la expedición transantártica de la Commonwealth en 1958. Pero su actividad más intensa y longeva se ha concentrado hasta hoy mismo en ayudar al pueblo serpa construyendo para ellos, a través de su fundación, numerosas escuelas y hospitales. Es de esa gente que ha hecho realidad los mejores valores de la montaña: haber sido alpinista viejo, antes que alpinista bueno, y ser buena persona a pesar de haber sido, y todavía es, una celebridad. Y es que el mayor logro de Edmund Hillary ha sido saber mantener vivo en su corazón a aquel joven que soñaba con montañas mientras cuidaba de sus abejas.