Sobre las ráfagas y las explosiones
Está condenado Robinho a ser, como dijo aquella vez Ramón Calderón de Guti, una eterna promesa? Es la pregunta que nos hemos estado haciendo desde que aterrizó en el Madrid hace un par de años, época en la que los brasileños nos insistían que era más grande que Ronaldinho. Me encontré con un amigo brasileño en el Bernabéu, tres meses después de la llegada de su joven compatriota, y le miré, perplejo y escéptico, con los hombros encogidos, las palmas de las manos para arriba. Entendió de inmediato de lo que iban mis gestos y me contestó: "Tranquilo, tranquilo. Ya verás. Ya explotará...".
Pasaron los meses, pasaron un par de años, pero lo que vimos fueron ráfagas, no explosiones. Hasta el miércoles contra el Olympiacos, cuando por fin vimos al Robinho prometido. Hacía tiempo en el Madrid que no veíamos a un jugador ejercer un dominio tan abrumador sobre el campo. En el durísimo partido contra el equipo griego el resultado final dependió casi exclusivamente de él. Marcó dos veces, hizo las jugadas para los otros dos goles y se inventó el penalti que Van Nistelrooy desperdició. Y además se dejó la piel. Jugó, especialmente en la segunda parte cuando había que remontar, con la pasión de Sergio Ramos. Una maravilla. La gran pregunta ahora, y de la que seguramente depende el destino del Real Madrid durante esta temporada, es si las ráfagas se transformarán, partido tras partido, en explosiones controladas. Con el tiempo lo sabremos.