Un defensa que marcó una época
En mayo de 1959 aterrizó en Madrid un joven defensa del Newell's Old Boys. Dos meses antes se había proclamado campeón de la Copa América con la selección albiceleste. Se llamaba Jorge Bernardo Griffa y era el primero de los refuerzos, numerosos por cierto, que la directiva del Atleti había planificado al terminar una temporada en la que se había rozado el éxito en la Copa de Europa. El 22 de agosto debutó victorioso con la rojiblanca en Santander y días después fue el eje de la retaguardia en las triunfales actuaciones colchoneras en Italia ante Genoa y Lazio. Comenzó la Liga con victoria en Las Palmas y se presentó por fin ante su nueva hinchada en la segunda jornada con el Sevilla como adversario.
Desde el primer momento se ganó el afecto y admiración de la lateral del Metropolitano. Su juego recio y dominador, su tremenda seguridad y una absoluta entrega a sus nuevos colores hicieron que, día a día, aumentase esa magnífica relación entre Griffa y los aficionados. Los de su equipo, claro está, porque los adversarios le colocaron de inmediato en el lado opuesto de su santoral. Su aspecto físico, permanentemente despeinado, su brusquedad de movimientos, sus viriles entradas, donde generalmente arriesgaba más que su opositor, contrastaban fuera del terreno de juego con las comedidas formas de un hombre educado, simpático, con un encantador deje rosarino, elegante en las respuestas, acertado en sus apreciaciones y de enorme personalidad. Detrás del deportista había un hombre de bien y esa fue la herencia que dejó entre sus compañeros y amigos después de su regreso a su tierra natal.