Bajo la piel del juego está la vida
A veces el deporte puede ser más que un juego. Y es entonces cuando confirmamos que tan sólo es una representación, un reflejo de la vida real; apasionante, sublime a veces y otras desgraciada, como la vida misma. Cuando ocurren tragedias como la muerte de Antonio Puerta, nos enfrentamos a la realidad de que nuestros deportistas de élite son, sin duda, seres elegidos. Son los héroes modernos, famosos, bien pagados, que gozan de la efímera gloria. Una suerte de gladiadores del siglo XXI. Pero a cambio de los momentos de gloria que les concedemos y las recompensas que reciben, a veces deben afrontar altísimas exigencias, tanto físicas como emocionales.
Cuando se desfonda un atleta en los últimos cien metros de un maratón, cuando se falla un penalti trascendental, cuando ya no se tiene esa velocidad por la banda o se tiene una "pájara" subiendo un puerto, el héroe es machacado o sustituido y olvidado. La presencia de la Negra Dama suele estar más cerca de los deportes en los que la aventura juega un papel determinante. De hecho, es esa cercanía, la evidencia del gran riesgo que hay que asumir para escalar el K2, descender por el segundo sifón de la Fuentona o volar desde el Chogolisa, lo que confiere a estas actividades una de sus peculiaridades esenciales, pues no hay aventura sin riesgo de muerte. No es que nos lancemos a ella buscando ese encuentro fatal, como tampoco Puerta jugaba al fútbol sin importarle nada más. Simplemente, sabemos que está ahí, en la frontera entre la vida y el juego, donde se vive intensamente cada momento. Procuramos esquivarla midiendo los pasos, tratando de controlar todos los aspectos peligrosos en la medida de lo posible. Pero en la aventura, y en la vida, la muerte siempre está presente. En realidad nuestra andadura se resume en ser capaces de convivir con ella. Somos humanos y mortales. Por desgracia sé lo que deben estar sintiendo ahora los compañeros de Puerta. Perder a un compañero te desgarra con cada recuerdo de lo vivido. La cruel desaparición de un joven en plenitud nos recuerda que bajo la piel del juego está la vida. He perdido a muchos amigos jóvenes. Yo no he sido ni más fuerte ni más inteligente que ellos, sólo he tenido más suerte. Ahora me veo las canas de la barba mientras a ellos los recuerdo jóvenes, sonriendo, disfrutando de la vida y les echo de menos.
Sebastián Álvaro es director de 'Al filo de lo Imposible'