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Bandera en el fondo del mar ártico

Lo habitual en este rincón de AS es que cuando hablamos de historias que terminan con banderas y banderines desplegados sea en alguna cumbre o en algún rincón hasta entonces ignoto e inexplorado de la Tierra, en el sentido amplio de la palabra y también en el concreto, refiriéndose a aquellos pedazos de nuestro planeta que se mantienen lo razonablemente secos o estables como para poder caminar sobre ellos. Hasta ahora. La semana pasada se produjo un hecho tan asombroso como aleccionador sobre nuestra relación con el planeta que habitamos. Un par de minisubmarinos rusos descendieron a más de 4.000 metros de profundidad en el Océano Glacial Ártico para plantar allí una pequeña bandera. Los pocos románticos que en el mundo quedan no deben ilusionarse: para nada se trata de un gesto y una gesta simbólicos. Tras esta pequeña bandera de platino se agazapa la gran ambición del gobierno de Moscú por afianzar allí su dominio, al reivindicar que ese fondo marino es continuación de su plataforma continental. De acuerdo con la Convención de Derecho Marítimo de la ONU (1982) un país es poseedor de todos los derechos sobre su plataforma continental. Y ahora serán los pragmáticos, que se estarán preguntando para qué quiere Rusia un montón de agua helada, los sorprendidos. En juego está nada menos que una cuarta parte de las reservas energéticas y minerales del planeta, según algunos expertos. Un verdadero tesoro en diamantes, oro, gas o petróleo aguarda bajo una capa de hielo cada vez más delgada, gracias al cambio climático. Este Gran Juego del siglo XXI (a imagen del que tuvo como escenario Asia Central en el siglo XIX) tiene como actores a Rusia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca y Noruega y como tablero al océano más pequeño de cuantos existen; apenas 14 millones de kilómetros cuadrados preñados de unas riquezas que están empezando a ser accesibles al liberarse de su cofre de hielo.

Puede que no tarde mucho en llegar el día en que se le reconozca a Rusia un pequeño tanto a su favor. Una vez que parece cada vez más aceptado y demostrado que Robert Peary no alcanzó el Polo Norte Geográfico en el año 1909, lo cierto es que los primeros seres humanos en hollar con su pie ese punto geográfico fueron los miembros de una numerosa expedición científica soviética enviada por Stalin allá por la década de 1940, -unas dos décadas después de que Nobile, Amundsen y Ellsworth lo sobrevolasen a bordo del dirigible Norge-con la apenas significante circunstancia de que fue una bandera roja con la hoz y el martillo la que aquellos científicos llevaron con ellos hasta ese lugar imaginado por la cartografía y la geografía bajo la Estrella Polar y donde son todas las horas a la vez. Hoy una pequeña bandera rusa de titanio aguarda allí, pero a 4.000 metros de profundidad clavada en el lecho marino, al siguiente movimiento del Gran Juego ártico que ha comenzado.

Sebastián Álvaro es director de "Al filo de lo imposible".