Alonso está tocado pero no hundido
No recuerdo en la historia de la Fórmula 1 una victoria tan poco celebrada como la de ayer de Lewis Hamilton en Hungaroring. Cuando cruzó la meta, el muro de boxes estaba tan desierto como la zona del paddock antes de subir al podio, nadie de nadie, él y su ambición dando palmaditas a su McLaren y poco más. Si este tipo de piloto y espíritu de competición es el que se va imponer en los próximos años en la F-1, una de dos, o me borro para siempre de este circo o me transformo en un forofo indecente, despreocupado de lo justo y lo injusto o de lo correcto y lo incorrecto, al más puro estilo de lo exhibido este fin de semana por ese triunvirato de mal llamados Caballeros del Imperio Británico que responden al nombre de Mosley, Ecclestone y Dennis.
Y puesto en el pellejo de forofete (que no debería), les digo que no me siento a gusto observando el nombre de un banco como el Santander en el pecho de Hamilton ni en los pontones del McLaren, ni que un asturiano bicampeón siente sus posaderas en el cockpit de un equipo administrado por unos ventajistas de su patria y sus libras, ni que las televisiones de mi país pongan un solo euro para alimentar tanto embuste y que ni un aficionado robe un segundo a su familia por ver un espectáculo que, de ser como en Hungría, no deberíamos llamar deporte. Y como ya me he puesto al mismo nivel que estos tipejos británicos no me hagan caso, miremos hacia delante que aunque tocados, no estamos hundidos: Alonso todavía puede ganar el Mundial y el año que viene fichar por Ferrari o BMW.