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El hombre se hace paso a paso

Charles Darwin lo afirmó y, siglo y medio después, tres antropólogos estadounidenses lo han confirmado experimentalmente: uno de los rasgos que nos hace humanos es caminar erguidos sobre nuestras extremidades inferiores. Así parecen confirmarlo sus estudios tras los cuales estos científicos de la universidad de California afirman que, para un mismo recorrido, la especie humana gasta una cuarta parte de la energía empleada por simios. Esta ventaja evolutiva hace que sea menor la necesidad de alimentación, al tiempo que deja libre las manos para dedicarlas a otros menesteres, como fabricar utensilios, aspectos ambos que debieron ser importantes en la selección natural de los más aptos para transmitir sus genes a las sucesivas generaciones que acabarían por llegar caminando hasta los últimos confines del planeta, incluida esta región del Baltoro, en el norte de Pakistán, que estos días estoy recorriendo a pie.

Es tiempo de vacaciones, una pausa en lo cotidiano -ese tiempo en el que el Aquí suele ser tan insoportable y el Allí tan tentador- que no pocos aprovechan para disfrutar del placer de caminar, de recorrer espacios, bien sean ignotos o amados de tan conocidos, saciando eso que el antropólogo Desmond Morris definió como: "La sed humana por vagar". Una materialización, quién sabe si impresa en los genes o culturalmente desarrollada, de nuestro impulso de explorar, de conocer y conocernos a través del camino. O simplemente de nuestra necesidad de aclararnos las ideas de vez en cuando. La expresión latina "solvitur ambulando" -se resuelve andando- define a la perfección esa capacidad terapéutica, para el cuerpo y el alma, que indudablemente posee una buena caminata, sobre todo para esos seres sedentarios en los que nos estamos convirtiendo en las sociedades más desarrolladas. No en vano, antes que nada, y durante muchos miles de años, nuestra especie fue nómada, agrupada en tribus sin domicilio fijo que pasaban ligero por la Tierra y cuyo legado no han sido ni pirámides ni grandes urbes, sino, en opinión del gran viajero y escritor británico Bruce Chatwin, "... el apremio de vagar", que se contrapone -o se equilibra, quién sabe- con la necesidad de "... regresar, un instinto de retorno parecido al de las aves migratorias". Caminar, además, nos da una medida humana de la naturaleza que nos rodea, nos devuelve nuestra verdadera estatura. Así pues, y si estamos de acuerdo con Kipling, en última instancia sólo hay dos categorías de hombres: los que se quedan en casa y los que no. En manos de cada uno está decidir a cuál quiere pertenecer. Si tiene dudas, dése un buen paseo, seguro que encuentra la respuesta.

Sebastián Álvaro es director de "Al filo de lo imposible"