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El nombre debería ser el mismo

Ya está hecho lo del Vicente Calderón. Ya estaba, observemos. Se hace público ahora y no en otro momento por esas cuestiones de alcoba política que acoplan las conveniencias de unos y otros. Llega agosto, poca actividad en los parlamentos, el equipo en UEFA, y eso. Lo que pienso es sabido: el Atlético de Madrid está por encima de su estadio, allá donde se ubique. Lo esencial es que siga siendo su estadio. Ya puestos, que sea un campo de los que no hay en España, al modo del que disfruta el Ajax o el Bayern de Múnich o el Arsenal o próximamente el Liverpool. Palacios de fútbol que consolidan a lo grande la imagen del club, generan nuevos ingresos, ofrecen mayor comodidad a sus seguidores. Lejos así de los pastiches amazacotados, anfiteatro nuevo sobre anfiteatro viejo y siempre en obras, que reinan por aquí. Todo lo cual ha de darse bajo la primera de las premisas: del Aleti; propiedad del club. Y luego están las plusvalías, hemos de esperar que no haya ningún lila que pretenda insinuar, siquiera en susurros, que en la operación no hay un beneficio grueso contante en euros. Es decir, estadio nuevo propiedad del club y el resto del beneficio para hacer más grande la institución. Bajo la mayor de las transparencias. Bis: bajo la mayor de las transparencias. Que para evitar tiranteces y abuelas fumadoras, desde el consejo de administración del Club Atlético de Madrid SAD haya un constante vertido de información que vaya explicando al detalle todos los pasos con las cuentas limpias hasta en el menudeo.

En ese afán, sería inteligente y bien apreciado que el consejo de administración rojiblanco se abriera a todos los sectores del club sin ninguna excepción que el aire fresco orea y da salud. Ante casos como este, además del miedo que dan los tontos (los tontos son peligrosísimos), dan mucho miedo los listos. Luego la segunda. Nos vamos del Manzanares, pero no hay porque irse del Vicente Calderón que el nombre de ese presidente excepcional nos acompañará allá donde vayamos y podemos llamar a nuestra casa como nos salga del corazón. O sea, Vicente Calderón.