Triunfó la máquina perfecta
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Juande Ramos ha logrado el sueño de todo entrenador, y no lo digo por la borrachera de títulos, lo digo porque sus jugadores se mueven por el campo con una coordinación asombrosa. Diez en su sitio y Alves a su libre albedrío. Si Jesús Navas cae al centro, Poulsen cubre la banda. Si Renato pierde la posición en el centro, aparece Puerta. Y así todo. Solidaridad y mucha generosidad. Ver a Kanouté robando balones lejos del área o a Javi Navarro achicando agua a sus años es una delicia también. Pese a que no fue un buen partido, por momentos esta máquina tan engrasada suplió la falta de fuerza con orden táctico y eso es culpa de Juande. 'Culpa' de un entrenador que no desdeña el orden desde el irrenunciable mandamiento de jugar al ataque. Seguir viendo a un equipo que llega con cinco al área contraria es un lujo.
Los cuatro títulos conquistados por el conjunto sevillista en un año y un mes demuestran también que estos llegan desde el sentido común a la hora de fichar. Fichan los técnicos, ficha Monchi, otro que merece un monumento, y el tercer bastión está en la afición. Pocas veces me emocioné tanto como ayer viendo, pasadas las doce de la noche, a 40.000 sevillistas cantando el himno del Centenario y celebrando un título de Copa que se había demorado casi 60 años. Por no recordar el "¡Vamos mi Sevilla!" que entonaron los seguidores rojiblancos durante todo el partido, sin descanso alguno. Familias enteras dentro y fuera del estadio Santiago Bernabéu. Una marea roja que es la que finalmente ha impulsado todo. Una afición que ha sabido esperar su momento y que ahora lo celebra dando un ejemplo. Felicidades.




