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La Liga es el principio del cambio

Ser un optimista irredento también tiene sus inconvenientes. El éxito, para el afectado, no es un suceso repentino, y cuando le llega es difícil apreciar el cambio para bien de su estado de ánimo. El día después, una Liga después, a Ramón Calderón no se le ha disparado el índice de euforia. Diría que no interpreta el título como la cima de su gestión sino como el punto de partida de la legislatura desde la tranquilidad, que viene a ser algo así como tomar la salida cuesta abajo. Porque habló poco de pasado y mucho de futuro, de un cambio de estilo, de una vuelta a los valores tradicionales del club y de una modernización profunda de la estructura interna. Ahora está más en el largo plazo que en el pasado mañana, en la filosofía que en Kaká.

El año ha debido parecerle un siglo en el palco, pero confiesa haber sufrido más con el acoso postelectoral que con los vaivenes del equipo, quizá porque en muchos momentos pasó por la derecha a la Cofradía del Clavo Ardiendo. Y extirpada la bala de cuatro años sin títulos se presume revolución. No seguirá Capello, llegará Schuster, la plantilla se quitará años, habrá menos permisividad con viejos vicios de vestuario, mejorarán las relaciones con el Ayuntamiento, se acelerarán las obras en Valdebebas, moderara su entusiasmo expansivo ante la Prensa. Interpreto que esta Liga, desde su óptica, ha tenido la utilidad de enterrar definitivamente la controversia electoral. Habrá que ver si sus opositores lo entienden de la misma forma.