La Liga de los proscritos
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Si en enero le dicen a Capello que va a ir a la Cibeles, cuando se sentía acuchillado por sus directivos y apaleado por nosotros, se muere de la risa. Si en ese mes le cuentan a Beckham que su sequía de cuatro años terminaría contribuyendo con pases y goles, nos llama locos. Y para completar el dislate, si a Reyes le pronostica un vidente que dos goles suyos rematarán la faena cuando se sabe fuera del club hace tiempo, le da un patatús. Así de disparatada es la consecución del trigésimo título liguero. Lleno de fe, de pasión, atentando contra la lógica y los pronósticos. Igual mañana, cuando se apaguen los focos de la euforia, más de uno hace balance y considera que lo logrado es irrepetible, por milagroso.
Pero volviendo a las consideraciones iniciales, el título lo acaban ganando los que eran casi unos apestados hace seis meses. Capello, por echar un pulso a los que le regateaban millones en el finiquito, decidió tirar para adelante amparándose en el código del vestuario. Y así empezaron a fluir los pases de un suplente llamado Guti, las apariciones esporádicas de otro suplente llamado Higuaín, la intachable profesionalidad de Beckham y un largo etcétera de esfuerzos de gentes que posiblemente no estén en el club dentro de diez días. La papeleta les queda ahora a los que mandan. ¿Merece recompensa el arreón final de los proscritos para confiarles el proyecto inmediato? Hoy, desde luego, no es el día para echar agua al vino. Enhorabuena.




