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Treinta ligas y un solo espíritu

Cuatro años después volvió el Madrid, quizá no en su mejor versión pero sí en la que más respeta a su historia, investido de ese plus de combatividad que ha otorgado su camiseta de Di Stéfano a nuestros días. Aquel espíritu lo trajo La Saeta y quedó bordado en el escudo del club. Hasta que él llegó, el Madrid sólo había conquistado dos ligas. Con él sumó ocho en once años y después llegaron veinte más, incluida la de ayer. Y en esas veinte ya no hubo otro Di Stéfano, si acaso un Zidane, pero el Madrid siguió ganando. Con los ye-yés, con los Garcías, con las quintas del Buitre, de los Machos y del Ferrari o con los galácticos; con Cruyff, Maradona, el mejor Ronaldo, Rivaldo o Ronaldinho en el Bar con Costa, Pérez-Payá, Porta, Roca o Villar en la Federaci con Guruceta, Rigo, García de Loza, Gracia, Plaza o Sánchez Arminio en el arbitraje; jugando bien o sufriendo como ayer.

Casi nunca la mejor plantilla, casi siempre el mejor equipo", ha presumido durante décadas la afición blanca, orgullosa de un equipo siempre difícil de matar. Ese ardor guerrero reapareció en los dos últimos meses. Nunca se sabrá si porque lo reclamó Capello o porque brotó en el vestuario, probablemente en círculos concéntricos en torno a Raúl y Casillas. Y el resto de la plantilla (los tres goles de ayer los marcaron dos recién llegados) fue permeable a ese mensaje de equipo indesmayable que en los últimos cuatro años sólo había estado en el himno.