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Afro, maoísta y madridista

Breitner ganó una Copa de Europa con el Bayern y un Mundial con Alemania (1974). En la final tuvo que tirar el penalti que igualaba el gol de Holanda después de superar un miedo insoportable. Años después confesaría que casi se desmayó cuando al día siguiente vio la repetición del lanzamiento por televisión. "En mi cabeza hay una laguna de dos minutos desde que pitó el árbitro hasta que lo tiré", le he leído. Luego jugó y perdió la final de otro Mundial (1982). Ahora, si le preguntan por el partido de su vida, les dirá que fue aquel Real Madrid, 5; Derby County, 1, la primera gran remontada que emocionó al Bernabéu: "Fue increíble. Santillana estuvo mágico".

Porque Breitner, Der Afro en Alemania, El Nibelungo aquí, lector de Mao, admirador de Che Guevara, combatiente contra las dictaduras de su juventud ("siempre me negué a jugar en Argentina porque allí se practicaba la tortura") y según las últimas indagaciones, pariente lejano del Papa Benedicto XVI, es un madridista incurable. "Vinieron a por mí dos días después de ganar el Mundial y sólo pregunté si a Madrid tenía que ir en bicicleta o andando". Jugó tres años, de 'ocho', con más responsabilidades ofensivas que en su selección y no acabó de romper en una época en la que el cupo de foráneos era muy estricto. Su gol más célebre se lo hizo al Sevilla en el 75, con un zapatazo lejano que se coló por un agujero tramposo que había en el lateral de la red. El tanto perfecto para un transgresor comprometido.