Un viaje por la Ruta de la seda

Un viaje por la Ruta de la seda

La adversidad ha marcado el inicio de nuestra aventura en moto por el Karakorum. Apenas unos cien kilómetros después de habernos puesto en marcha, Gustavo Cuervo se ha tenido que retirar al romperse la clavícula tras una caída. Los demás continuamos adelante entre el alivio porque lo de Gustavo no ha sido grave y la certeza de que lo que nos espera será aún más duro. Pareciera que no hacemos sino seguir una arisca tradición en las relaciones de occidente con este espacio agreste y fabuloso. Cuentan los historiadores que un emperador romano, deseoso de emular al gran Alejandro, quiso hacerse con lo que hoy es Asia Central. Cuando aún no se había decidido la primera batalla, las tropas bárbaras sacaron unos estandartes tan brillantes que reflejaban el sol como si fueran espejos, cegando a los romanos que perdieron la batalla.

No traigo a colación esta anécdota para deducir la obvia conclusión de que la política de los europeos en estas tierras de Asia, que ahora estoy recorriendo en moto, nunca ha sido muy acertada. Ni tampoco para concluir que ni griegos, ni romanos, ni británicos, ni rusos -ni seguramente norteamericanos- lograron quedarse durante mucho tiempo en esta zona que no es de nadie, donde cada valle se siente sólo dueño de sí mismo y que sólo cesan de pelear entre ellos ante un enemigo exterior, en cuyo caso dejan sus pendencias hasta que echan al invasor y vuelven a guerrear con el vecino. Traigo el suceso de aquel torpe emperador romano para contarles que aquella fue una de las primeras, y más caras, ocasiones en que los occidentales tomaron contacto con la seda. Aquellos estandartes brillantes serían el símbolo de un hilo que pondría en marcha la ruta comercial más larga y fecunda de la historia. Gracias a ese fino hilo de seda, que aún se sigue hilando de la misma forma en algunas aldeas del Xinjiang chino, estas tierras siempre han sido de paso, de confluencia de culturas, religiones y mercancías. Y, por tanto, tierra de misioneros, monjes, guerreros y aventureros.

Hemos llegado a Pakistán para seguir los pasos de todos ellos, esta vez a lomos de nuestros modernos camellos mecánicos, y descubrir los secretos ancestrales que se esconden todavía en un camino de resonancias misteriosas y legendarias: la Ruta de la Seda. Era una ruta superior a cualquier hombre, por astuto, fuerte o valiente que fuera, o a cualquier imperio. Sólo en la época mongol, la ruta fue lo suficiente segura para que Marco Polo pudiera recorrerla en su totalidad. Lo normal es que un grupo llevara las mercancías hasta un punto donde las intercambiaba con otras y éste a su vez hacía otro cambio y de esta forma siempre hubo flujo desde oriente a occidente. Fue el espíritu de aventura de algunos pocos osados el que convirtió en legendaria la Ruta de la Seda. El mismo que ahora nos anima a nosotros desde nuestras motos.

Sebastián Álvaro es director de deportes de 'Al filo de lo imposible'