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Sobre la indiscutible grandeza de ayer y de hoy

Dejémonos de ironías más o menos tontorronas y hablemos en serio. He leído de todo con ocasión del debate que parió el instinto de Manolete. El periodista hizo saltar la cancela y por el portón entramos en tropel. Para sí o para no. Pero se habló de lo que le dio la gana a él. Muchos, casi todos madridistas, además creyeron que la cosa iba en serio. Pobres. Entre los que aprovecharon el tirón para dar contenido a su artículo diario hubo quien llegó a afirmar que el Madrid ha sido y es más grande que el Atlético de Madrid y que eso no se puede discutir. Efectivamente, no se puede discutir; para que la ignorancia no prospere, la prepotencia no obnubile ni la mentira triunfe, valdrá recordar que el Madrid se tiró veintiuna temporadas sin ganar una Liga, cifra que excede con mucho la mayor de las abstinencias que ha padecido el Aleti. Y algo más, ese equipo blanco que a rachas largas ha sido postre, sobrevivió en Primera, como nos recordaba Pedro Martín, porque en la 47-48 machacamos a sus contrincantes directos en las últimas jornadas. Y añadamos: sobrevivió en el fútbol porque parte de aquella temporada y la anterior entera el Aleti le cedió el Metropolitano para que alcanzara a competir. De nada, majetes. Somos así. Ayer y hoy.

Ayer: los niños de Guarnizo, Santander, suben la loma del tren y se apostan junto a la vía porque va a pasar el expreso de Madrid. Es el momento más emocionante del año. Camino del norte viaja su equipo. Dentro del armazón de hierro, atizados por la fuerza del vapor, van sus ídolos: los futbolistas del Atlético de Madrid. No les ven, pero saben que están dentro: fe colchonera. Al frente de sus hermanos, tres con él, y de toda la pandilla, un chavalín llamado Paco Gento. La vida le llevó a defender unos colores distintos a los que amaba. Pero la patria, también, es la infancia.

Hoy: 650 niños de Toledo abarrotan el salón de actos del colegio de Nuestra Señora de los Infantes. Terminan rugiendo, un solo grito, un clamor: repiten un nombre, el del capitán del Atlético de Madrid que tras una derrota infame (estúpida e indecorosa, ¿aquí qué está pasando?) atiende su compromiso y les visita. Los chavales del Aleti, a su paso recobraban el orgullo. Los de otros equipos, les envidiaban el nueve. Los tibios ya no lo son; son del Aleti.